Muchas veces nos preguntamos si la forma de vida en la que estamos situados estará dejando huellas en nuestras almas, sin que lo estemos notando, especialmente ahora que nos encontramos tan supeditados al uso de las tecnologías. Tememos que nos aíslen de nosotros mismos y de la naturaleza, que perdamos la orientación para movernos en medio de los caminos de la vida. La consecuencia es el vacío, la superficialidad, el desconcierto permanente y también la inconsciencia de que nos podemos estar deslizando hacia la nada. Y lo suplimos a base de los innumerables reclamos que nos invitan permanentemente a tener, a aparecer, a disfrutar, siempre hacia el exterior.
Por eso es de agradecer que haya quienes consiguen salirse de las perniciosas inercias y nos ofrezcan sus reflexiones y sus orientaciones, siempre en la dirección de ir hacia lo profundo de nosotros mismos, de ir más allá de las apariencias, de buscar la verdad, superando el ruido que producen las infinitas verdades que se nos presentan como la única posible. También nos advierten de que se puede vivir de una manera más humana y natural, con la conciencia de lo que somos y de las metas que podemos lograr.
Este número de Esfinge está lleno de este tipo de reflexiones y aportaciones. Como nos proponía Unamuno, hace mucho tiempo: ¡¡Adentro!!