Alguna vez alguien debería hacer un recuento de los innumerables bienes que ha proporcionado la filosofía a la humanidad. Veríamos que está presente en los mejores momentos de la historia y, más aún, que cuando la decadencia, la pérdida de los puntos de referencia oscurecen los tiempos, cuando parece que todos los valores se han perdido, encontramos las acciones heroicas de los filósofos que, sin derramar sangre, ni acentuar los conflictos, han ofrecido soluciones para los problemas de los seres humanos, deshaciendo los nudos que impedían el diálogo, suavizando las heridas, y ofreciendo ideas luminosas para alcanzar la felicidad.
Si hay una actividad humana que debería enorgullecernos como especie esa es la filosofía, en todas sus variables, en su maravillosa variedad. De tal manera que cuando nos preguntamos cómo podríamos hacer una sociedad mejor, más justa y más buena, la mejor respuesta es la que la señala como la mejor opción.
Así nos lo vuelven a demostrar nuestros colaboradores en este número, de manera coral, con diferentes voces y registros. De una manera o de otra de nuevo nos plantean sus respectivos llamamientos a fijarnos en las opciones filosóficas para alejar la lacra de la corrupción, que descompone a nuestras comunidades, o a indagar en nuestro propio interior, para buscar el sentido de la vida, en el silencio de la meditación, o a través del acercamiento a la mística. En sus propuestas late siempre ese amor a la sabiduría, que nos redime como seres humanos, peregrinos por un tiempo difícil que parece llevarnos en dirección contraria al de saber pensar, saber ser, saber actuar.