Editorial — 31 de julio de 2019 at 22:00

Ver lo que no se ve

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Vivimos en una época voyeur en la que todo se puede mirar, pues abundan los instrumentos que permiten otorgar «visibilidad» a cualquier cosa o persona, cuanto más insólita o excéntrica mejor, y casi siempre manipulada. Homo videns lo llamó el politólogo Giovanni Sartori en un estudio sobre la «sociedad teledirigida». Y como vivimos en cierto modo atrapados por las imágenes, nos cerramos a la posibilidad de tener acceso a lo que es invisible, que, como diría el inolvidable Antoine de Saint-Exupéry, es precisamente lo esencial.

Con tantas facilidades de visualización, nos perdemos realidades que, sin embargo, necesitamos, si es que nos planteamos dar sentido a nuestros pasos por la vida y comprender lo que importa de verdad. Ciertamente, lo que nos hace crecer en inteligencia, en imaginación o intuición es invisible, aunque se envuelva en velos para invitarnos a hacer nosotros la búsqueda, sentir que avanzamos en el camino que nos conduce hacia nosotros mismos, no a base de contundentes suposiciones disfrazadas de verdades. Por algo dicen los sabios que la palabra verdad, que en griego se dice Alétheia, significa «desocultamiento», sugiriendo que requiere el esfuerzo de levantar el velo que la mantiene oculta, invisible. Lo esencial se oculta para que nosotros lo descubramos por nosotros mismos, con la ayuda paciente y las sugerencias de quienes lo hicieron antes de nosotros.

Como nos demuestra uno de nuestros colaboradores, el arte nos ofrece ejemplos sobre cómo algo que se ve guarda mensajes invisibles captados por los artífices, que nos remiten a una realidad que quizá esté dentro de nosotros mismos. Es un ejercicio saludable que nos abre la mente a descubrir relaciones insospechadas entre ideas y significados, que quizá se encuentren en algún rincón olvidado y oculto de nuestro imaginario.

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