Arte — 1 de agosto de 2013 at 00:00

El dolor de Munch

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Edvard Munch es un pintor muy conocido. Pero si preguntamos por sus cuadros, apenas dos o tres personas sabrían citarnos alguno más que El grito.
Tiene muchos más, sin embargo. Y para conocerle un poco mejor, para hurgar en lo oculto, hemos escogido este Autorretrato entre el reloj y el lecho.
Munch, ya anciano, está en su alcoba. No está centrado: se ha situado en la mitad izquierda, o sea, en el pasado, no desea avanzar hacia el futuro, porque lo teme. En el centro hay un brochazo amarillo, una luz, una esperanza soterrada que lo separa del lecho de la muerte. Porque él se apoya en el reloj de pared, el tiempo que transcurre, y que cierra el cuadro, cierra la izquierda, lo que fue la vida. Munch permanece estático, sin movimiento alguno: simplemente espera. El esquema del cuadro es descendente, de izquierda a derecha, del pasado al futuro, del ayer al mañana, de la vida a la muerte.
Hay cuadros en las paredes: es su vida. Su vida de pintor. El fondo es alegre, pero la alegría de su vida, su obra, permanece detrás. Sus pies se apoyan en la oscuridad. El suelo que pisa es negro. Le quedan pocas esperanzas. Y es una composición, una pintura, sin una sola línea curva, porque las curvas suavizan, y Munch se siente rodeado de rectas y de aristas, de elementos agresivos. Pese al colorido, el esquema general es duro, heridor, sin concesiones. La colcha de su cama está estampada, sí, pero en líneas rectas y desordenadas, agresivas, en rojo de sangre y negro de luto. Es lo que le espera.
El autorretrato no lo es solo de su figura: es también de su alma. Porque Munch es una personalidad depresiva, seguramente nacida o acentuada con la muerte de su madre cuando solo tenía cinco años, y su estricto padre no fue capaz de llenar el abismo de soledad del niño. Otros dos hermanos murieron pronto también, y una hermana padecía una enfermedad mental. El hecho de que Munch tratara de aliviar su tristeza en la bebida no arregló mucho las cosas.
Casi todos sus cuadros son oscuros, en ellos vuelca las tonalidades de su mente. Pinta enfermos, vampiros, personajes entristecidos, pensativos, sufrientes. Pinta la soledad, en una paleta generalmente fría, con las figuras aisladas aunque estén en grupo. Porque él estuvo siempre solo.
En la soledad aterrada que culmina con El grito.
Es muy raro que las figuras de Munch tengan ojos; los ojos muestran el alma, y para él es mejor no mostrarla, porque se asomaría al tormento, a la destrucción. Los ojos están cerrados o borrosos, o miran a un punto indeterminado. Las espaldas suelen estar encorvadas; Munch nunca logró erguirse bajo el peso de su íntima tristeza.
Edvard Munch grita en El grito, muere en sus cuadros de jóvenes enfermas y espera la muerte en un Autorretrato entre el reloj y el lecho. Es un hombre que sufre y que nos lega su sufrimiento. Es una mente atormentada que nos atormenta con sus figuras de hombres vencidos y ojos borrosos.
Pero es, en el fondo, un superviviente precisamente a través de todo ello.

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