Culturas — 2 de junio de 2009 at 20:45

Reglas para la vida del Samurai

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“Quien es samurai debe, ante todo, recordar constantemente, de día y de noche, desde la mañana cuando toma sus palillos para tomar su desayuno de Año Nuevo hasta la noche de Fin de Año, cuando paga sus cuentas anuales, el hecho de que va a morir.”

Siempre ha habido un marcado interés por conocer todo lo concerniente a la vida y las ideas de aquellos guerreros legendarios del antiguo Japón, cuyo espíritu, en alguna medida, aún vive en el moderno país del sol naciente. Muchas veces se habla del “alma del Japón” como de algo casi equivalente al espíritu de sustentación de los llamados samurais.

Ciertamente es valioso citar recomendaciones para la vida diaria del “bushi” (el que sigue la vida del guerrero) extractadas mayormente de un tratado escrito ene l siglo XVI por Daidoji Yüzan para inspirar a los jóvenes samurais. Ya en esa época se quejaba el autor de la pérdida del espíritu original.

Muchas recomendaciones pueden parecer “técnicas” o demasiado específicas a primera vista para quien busca capturar el espíritu o idea más que querer estudiar las costumbres en lo específico de éstas. Sin embargo, el verdadero perfume sólo se halla cuando la flor está viva y completa. Sólo así podemos acercarnos a cómo la vida refleja la VIDA. Desde ese reflejo concreto, riquísimo, es posible capturar un reflejo de lo universal.

Continuando con la cita que abre el presente estudio:

“Si es capaz de mantener siempre en su mente esa idea (de que va a morir) será capaz de vivir en concordancia con los caminos de la Fidelidad y Deberes Familiares, evitará miríadas de males y adversidades, se mantendrá libre de enfermedades y calamidades y, sobretodo, disfrutará de larga vida. Tendrá además un buen carácter con muchas cualidades positivas. Pues la existencia es tan poco permanente como el resplandor del atardecer o la helada de la mañana y la vida del guerrero es particularmente incierta.”


“Si cree que se puede consolar con la idea del servicio eterno a su señor o una devoción sin límites a sus familiares, algo puede suceder que lo haga desatender sus deberes ante su señor y olvidar lo que debe a su familia. Pero si simplemente se determina a vivir día a día, y no piensa en el mañana, de manera que cuando se presenta ante su señor para recibir sus órdenes lo considera como la última vez que lo ve y, cuando mira las caras de sus parientes piensa en ésta que es su última contemplación, entonces su deber y preocupación hacia ellos serán completamente sinceros y su mente estará de acuerdo con el sendero de la fidelidad y el deber filial.”

Resulta interesante descubrir la manera como el autor plantea los diferentes modos de distinguir el mal del bien, diciendo que ello forma parte esencial de la educación:

“Hay tres grados de esta capacidad. Por ejemplo, si un hombre viaja con un vecino y su compañero le confía cien ryo de oro par que los transporte con él… y nadie sabe sobre ello…Este vecino luego contrae una enfermedad mortal o es herido de muerte y nadie sabe sobre el dinero encomendado, pero el receptor de éste por pura simpatía o comisión y sin otro pensamiento, inmediatamente retorna el dinero a sus parientes. Este es verdaderamente un hombre que hace lo correcto. En el segundo caso, supóngase que el hombre al cual se le confió el dinero tenía sólo pocos conocidos y ningún amigo íntimo, de manera que nadie sabía nada sobre el dinero… y pensando que estaba en necesidad, decidiera que no dañaba a nadie el quedarse con el dinero. Pero luego siente vergüenza por haber abrazado tan contaminante idea y lo devuelve. Esto es hacer el bien a base de la vergüenza que nace de nuestra mente. Hay un tercer caso en el cual, alguien en su casa, familiar o sirviente, sabe sobre la situación, y él tiene vergüenza de lo que piensen o digan de él y lo devuelve.”

Explica el autor que así como hay guerreros que se sienten tan cómodos en una batalla como en su casa, hay otros que van a la guerra temblándoles las rodillas, pero aún éstos avanzan resueltamente pensando en la vergüenza que implica el proceder de otro modo. Agrega que no necesariamente el guerrero nato es superior al otro, pues este último puede desarrollar con el tiempo igual virtud… Es decir, que el sentido de vergüenza ayuda para desarrollar el sentido de lo correcto.

Ello nos recuerda no sólo el aspecto educativo que Platón atribuye al pudor natural, desarrollado en el alma en los banquetes que para ello propone, sino antiguas tradiciones japonesas que relatan cómo los antiguos Dioses Fundadores dejaron ciertos modelos fijados en el alma de los japoneses, los cuales, al mirarse en este “espejo”, iban a sentir vergüenza al no ser iguales que sus divinos padres…

Afirma Yüzan que las tres cualidades de Lealtad, Justicia y Valor son esenciales, y lamenta que entre las miríadas de samurais cueste encontrar uno que realmente las posea. Agrega que si bien se cree que la última es más fácil de distinguir que las dos primeras virtudes en la vida diaria en tiempos de paz, no es así, pues el verdadero valor se distingue en cualquier tipo de situaciones.

“El que es nacido valiente, va a ser leal y practicar la piedad filial con respeto a su señor y parientes, y cuando tenga algún tiempo libre lo va a usar para estudiar, y no va a ser extremadamente cuidadoso sobre el cómo gasta cada centavo. Si cree usted que ello implica ser tacaño se equivocará, pues él gastará liberalmente cuando sea la ocasión. Él no hace nada contrario a las directivas de su señor o lo que sea de desagrado de sus padres, por mucho que lo anhelara. Y así, siempre obediente a su señor y a sus padres, preserva su vida con la esperanza de algún día hacer algo meritorio, moderando sus apetitos en el comer y beber y evitando la permisividad en el sexo, lo cual es la peor ilusión para la humanidad, de manera de conservar su cuerpo en salud y fuerza… así entonces el valiente puede ser distinguido del cobarde cuando se sienta sobre la estera en su hogar.”

Decía Confucio al definir el valor, que el cobarde es aquel que sabiendo que una cosa es correcta, no la hace.

El respeto es otra virtud cardinal para el Maestro Confucio, cuyas enseñanzas alimentaran a los antiguos “bushi”, y aún hoy son conocidos por los japoneses por la forma especial en que consideran la cortesía. En las recomendaciones para los jóvenes samurais se les recuerda que el respeto no es exclusivo de su clase, pues también los campesinos, artesanos y comerciantes deben practicarlo, pero “entre estas clases, por ejemplo, un niño o un sirviente, al esta sentado con su padre o maestros, puede tener sus piernas cruzadas y sus manos de cualquier manera, o les puede hablar de pie mientras ellos están sentados, o puede hacer otras cosas no ceremoniosas o amables, y ello no importa… pero el samurai… donde quiera que esté acostado o durmiendo, sus pies no deben nunca apuntar en la dirección de la presencia de su señor. Si toma una flecha para ser disparada, ésta nunca debe caer hacia el lugar donde su señor está”.

Se relata el caso de un comandante de artillería que mantuvo vigía durante muchos años en la puerta de entrada hacia los dominios del castillo de Hiroshima en Aki. Debido a que ya estaba anciano, a veces dormía entre una guardia y otra. Mientras así descansaba, llegó hasta él un mensajero del comandante Masanori. Saizo se puso en pie y se vistió rápidamente su hakama que había dejado a un lado y luego dio una reprimenda al joven que trajo el mensaje por no haberle advertido desde un comienzo que traía un mensaje de su señor, de manera que se hubiese preparado para recibirlo… Cuando Masanori supo lo que había pasado dijo que Taizo tenía razón y que “quisiera que todos los samurais de Aki y Bizen tuvieran su espíritu, pues entonces no habría nada que ellos no pudieran hacer”.

Además de recomendar el continuo ejercicio en las diferentes formas de artes marciales, se aconsejaba a los jóvenes entrenarse en andar a caballo y no preferir aquellos que fueran más dóciles o fáciles de montar, sino lo contrario. Se relata que hace mucho tiempo (antes del s.XVI) en la provincia de Shinano vivió un Kakuganji de la casa de los Murakami, capitán de 300 hombres a caballo, todos muy buenos arqueros. Hizo costumbre el seleccionar a los caballos que todos rechazaban por su apariencia o algún defecto. Luego llevaba a sus hombres en grupos de cincuenta o cien a cabalgar fuera del poblado y por terrenos disparejos sobre esos caballos mañosos. Se dice que a pesar de esa dificultad, sus hombres adquirieron fama por la forma en que cabalgaban…

Todo samurai, por humilde que sea, debe dedicarse a buscar a un instructor y estudiar las artes tradicionales de manera que sepa todo sobre su objeto de estudio. “Pero un mal uso de éste puede llevar a pavonearse y confundir a sus compañeros con incorrectos argumentos que pueden ablandar su espíritu… si un discurso parece correcto… pero sólo se busca en él destacarse personalmente o impresionar… el resultado es el deterioro del carácter y la pérdida del verdadero espíritu del samurai. Ello resulta de un estudio superficial, de manera que los que comienzan no debieran nunca dejarlo a medias, sino perseverar hasta comprender todos sus secretos y sólo entonces volver a su anterior simplicidad y vivir una vida tranquila… pero si quedan a medias en el estudio… corren el peligro de transformarse en pedantes”.

“Un halcón puede estar muriendo de hambre, pero no tocará el maíz” es el antiguo dicho japonés para expresar el sentido del orgullo que debe impedir a un verdadero samurai el quejarse de su situación económica, aunque ésta sea magra.

Al elegir a sus amigos, debe hacerlo sólo entre aquellos que son valientes, que cumplen con su deber, son sabios e influyentes. No se recomienda la asociación con personas por el hecho de gozar comiendo o bebiendo con ellos, pues ello podría llevar a “comportarse en una forma no conveniente a su clase, tratándose sin ceremonial… debe evitarse que se vea como samurai, pero piense como un jornalero…”

Al expresar sus opiniones, debe hacerlo con responsabilidad y después de considerar el asunto adecuadamente, de manera que diga algo que realmente sea útil al que necesita ese consejo, y debe darlo sólo cuando sea requerido, sin interferir en lo que no son sus asuntos.

Debe además inspirarse leyendo sobre la vida de los samurais que hayan alcanzado fama de hacer algo de mérito en su vida, de manera que sea recordado y que su presencia sea valorada y su ausencia rememorada como algo que fue útil.

Como se dijo al comienzo de este trabajo, el samurai debe siempre estar preparado para enfrentar el inevitable fin. Por muy inteligente que haya sido, si no enfrenta adecuadamente el momento final, todas sus previas hazañas habrán sido como agua, y toda la gente decente lo rechazará y estará cubierto de vergüenza.

Cuando un samurai va a la batalla y se comporta como un valiente y obra de manera espléndida es porque está preparado para morir. Y, si desafortunadamente, él y su cabeza deben separarse, cuando su oponente pregunte su nombre debe decirlo inmediatamente de manera clara y fuerte con una sonrisa en los labios y sin signos de temor.

Terminamos este trabajo recordando aquellas imágenes que muestran que la grandeza del alma que debe tener un samurai es la de un gran lago, que al recibir los diversos aportes de agua, no varía, conserva su naturaleza; así, las pasiones, temores, preocupaciones, si bien pueden afectar, no cambiarán el alma del samurai, no lo conmoverán en definitiva. Es el océano el que contiene la ola y no al revés, es el espíritu el que contiene la materia y no al revés. Es entonces el alma del samurai como la flor del cerezo, que se abre para dar su perfume antes de desfallecer, por completo, sin medirse. Simplemente, se da.

 

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