Libros — 30 de noviembre de 2016 at 23:00

«Historia de la filosofía contada sin temor ni temblor», de Fernando Savater

por
Fernando Savater

Hay que reconocer los esfuerzos realizados por Fernando para despojar a la filosofía de toda vinculación con lo difícil y falto de utilidad. En este sentido, es honesto al reconocer que el libro está pensado para adolescentes y para quienes se inician en el mundo de la filosofía. Hay títulos que describen perfectamente su contenido, y este es uno de ellos.

No es el primer autor en presentar, de forma accesible, lo que ha representado el aporte de la filosofía al devenir humano. Rápidamente, nos viene a la cabeza el libro El mundo de Sofía , de Jostein Gaarden, el cual se convirtió en un best seller internacional. El libro de Savater no aporta mucho más a este género. De haberlo publicado en fechas más próximas al lanzamiento de Gaarden, es seguro que le habría acusado de oportunismo.

Ambas obras comparten algunas de sus virtudes y padecen los mismos defectos. Entre las primeras, cabría destacar la presentación cronológica de los distintos movimientos filosóficos. Pero esta forma lógica de divulgación se acaba convirtiendo en una de sus principales limitaciones. La sucesión de aportes de conocimiento donde el último en aparecer viene a enterrar y superar a quien le precedió nos acerca a una conclusión evidente: el pensamiento, y por extensión las sociedades, siguen una evolución ascendente en cuyo culmen nos encontramos ahora. En justicia, esta apreciación se observa con mayor claridad en la obra de Gaarden. En el caso que nos ocupa, se aprecia el reconocimiento a los filósofos de la Grecia clásica, pero como la que se tiene por una vieja gloria a la que hay que guardar respeto. Nada comparable a las bondades de nuestro modelo actual.

La biografía personal del autor, vinculada de manera clara y valiente frente a la banda terrorista ETA, queda patente en este libro. La advertencia sobre el peligro que representan los fanatismos se convierte en un leitmotiv de la obra. Advierte sobre las posturas rígidas defendidas por grupos o personas que dicen poseer la única verdad. Cuando se está en esta situación, el siguiente paso es combatir a quienes no piensan de la misma manera.

Como consecuencia de lo anterior, Savater cree saludable el cuestionarse continuamente la validez de las propias certezas. Cuando se vive en continua revisión, se consigue no caer en la ceguera de los totalitarismos, sean estos de políticos, religiosos o intelectuales. El riesgo que se corre es el de permanecer en un relativismo donde una cosa y su contraria pueden ser defendidos si tu argumento es hábil. En el capítulo dedicado a Sócrates, lo define de la siguiente manera: « ¿Qué es un filósofo? Alguien que trata a sus semejantes como si también fuesen filósofos y les contagia las ganas de dudar y razonar » . Esta postura, tan limitadora como la anterior, no parece preocupar demasiado a los intelectuales de la democracia y es aceptada como un mal menor. El hombre siempre dispuesto a mudar sus opiniones parece ser el ideal de la sociedad actual.

Merece la pena destacar el intento por reactualizar el valor de la filosofía. Como afirma al principio del libro, el ser humano, a pesar de contar con la bomba atómica, el teléfono móvil e Internet, sigue necesitando dar respuesta a las incógnitas que arrojan la expresión de la vida en la tierra y el orden en el cosmos. Ante ello, y tras pasar el primer estadio de asombro ante la maravillosa organización que se adivina en todo lo manifestado, es necesario recurrir a la filosofía para intentar explicarnos nuestro mundo. Parece acertado, en este punto, la aclaración que hace Fernando a sus lectores: la filosofía adquiere su mayor expresión al reflexionar acerca de lo que es, dejando a otras disciplinas su interés por lo que está.

Otro de los aspectos que quedan recogidos en el libro es la confrontación mantenida, ya desde sus orígenes, por quienes abogan por una concepción del conocimiento racional e idealista, frente a quienes defienden que nada se puede saber con certeza si no es a través de la observación directa de las cosas. Esta dualidad acerca de qué podemos aceptar como válido y real suele ser presentada como iniciada en la historia del pensamiento por las figuras de Platón y Aristóteles. A partir de ahí, en un bando caerán quienes se posicionan en la defensa de la razón humana como vía para deducir, mediante argumentos lógicos y ciertos, los más altos saberes a los que el hombre puede aspirar. Del otro lado, encontramos a quienes, anclados en la necesidad de medir, definir y contrastar lo observado, no aceptarán otro tipo de conocimiento que no haya pasado previamente por estos filtros. En el primer grupo se hallan San Agustín y Descartes como principales valedores de los planteamientos defendidos por Platón. En el otro grupo, más numeroso e influyente, Santo Tomás, Ockham, Hume, Hobbes, Locke y un largo etcétera de pensadores cuya línea de pensamiento ha salido triunfante en esta disputa. En el encuentro entre ambas posturas tenemos a una de las grandes cimas del pensamiento humano, encarnado en la persona de Kant, quien supo conciliar el racionalismo y el empirismo en una síntesis que engloba y armoniza sus aparentes diferencias.

Por último, y volviendo al paralelismo establecido con la obra de Gaarden, hacia el final del libro nos encontramos con la sucesión de filósofos pertenecientes a los últimos dos siglos de historia, cuya importancia y trascendencia de pensamiento hacen decaer el interés por el libro. Las sutiles cuestiones que plantean estos intelectuales desde posturas tales como el existencialismo, el individualismo y todos los ismos posibles, lastran a la filosofía y cercenan las alas que daban vuelo al mundo de las ideas. Esta realidad no es responsabilidad de Savater o de Gaarden, ellos tan solo se limitan a recoger la evolución del pensamiento hasta nuestros días. Si no aparecieran, no estaría completo el recorrido y, sin embargo, muchos los leemos más por una curiosidad intelectual que por el interés de sus planteamientos. A grandes trazos, la filosofía bajó de sus moradas celestes en el Renacimiento, y se enredó en la maleza del pensamiento a partir del Siglo de las Luces.

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