Historia — 1 de junio de 2013 at 00:00

La Atlántida hoy

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El mundo de hoy, bajo el impulso de los rompedores avances de la ciencia, está más abierto que en otros tiempos a admitir realidades que no hubieran sido concebibles antes. Tal vez, la existencia del continente perdido de la Atlántida, fuente de tantos mitos e historias fantásticas, adquiera ahora un nuevo significado.

Hoy en día sabemos que el desierto del Sahara fue un antiguo mar. Admitir tal hecho no afecta demasiado a nuestras vidas, aunque dicho mar, actualmente desecado, sea el más pertinaz desierto. En cambio, en el Año Geofísico Internacional, celebrado en 1953, los expertos en este campo dictaminaron que, por las pruebas existentes ya en aquella época, se deducía que hubo un continente hundido en mitad del océano Atlántico, aunque no se hallaron pruebas de que estuviese habitado por el ser humano.
Desde aquel entonces hasta aquí, se han hallado muchas más pruebas de tipo geológico, biológico, botánico, etc., desde lavas que solidificaron en la superficie y que hoy en día se hallan a profundidades de 11.000 m, a metales pesados que solo pueden ser sedimentos de corrientes fluviales; desde los análisis de cómo la Corriente del Golfo provoca temperaturas inusualmente más cálidas en las costas norteuropeas que norteamericanas, y que ello tan solo ocurre desde hace unos 11.000 ó 12.000 años atrás, hasta textos como La Odisea, que hablan de corrientes y vientos en un mítico viaje al centro de la vieja Atlantis.
Pero ciertos descubrimientos tienen bastantes obstáculos para ver la luz. ¿Qué haríamos, en los viejos textos de historia y arqueología, con las corrientes migratorias de los primeros hombres? Habría que estudiar no tan solo las migraciones producidas desde hace 5000 ó 6000 años, de la India hasta llegar a los finibusterres del Atlántico, sino también la anterior, que tras el hundimiento de Atlántida, lanzó a los seres humanos desde los confines atlánticos hasta la vieja India, hace unos 11.000 años. Habría que reescribir de nuevo la historia de Egipto, el viejo país de Kem, que dice de sí mismo tener más de 50.000 años de antigüedad; la historia de Grecia, invadida por los «pueblos del mar», que aunque vinieran de allende las columnas de Hércules, se confundieron siempre con pueblos navegantes más próximos, como los fenicios, los tartesios, etc., porque nos faltan partes, faltan piezas para eslabonar el todo.

¿Qué cambiaría un continente olvidado?

Ello haría que América no se estudiase tan solo como poblada a través del estrecho de Bering, y se podrían explicar cosas tan simples como que el banano aparezca sólo en las riberas orientales y occidentales del océano Atlántico y en algunos de sus archipiélagos, cuando tan solo puede aparecer, dado que se reproduce por esquejes, si es llevado allí por la mano del hombre.
Los museos egipcios, hasta hace pocos años, albergaban pequeñas maquetas que parecían de aves policromadas. Se catalogaban como meros juguetes egipcios, pero que a diferencia de las aves, tenían una cola timón, central, como todos los aviones que se precien de serlo.
Pero ciego no solo es el que no puede ver, sino aquel que teniendo las cosas delante ni siquiera se atreve a darlas como posibles. Los cometas, cuando viajan a distancias siderales de nosotros, contra el fondo estrellado son casi imperceptibles, pero cuando, ya cerca del Sol, hacen alarde de su cola desplegada, no es que sean fáciles de ver, es que son visibles para todos, y sería de insensatos decir que no existen. Pero cuando todo se ve tan manifiestamente no tiene mérito observarlo. Por ello los descubrimientos científicos han dado tantos sinsabores a aquellos que se dejaron la piel en el intento de hacer visible ante sus contemporáneos un imperceptible cometa cargado de verdad.
Hace algunas décadas, algunos ya afirmábamos que se produciría un recalentamiento del planeta, y que de seguir así, algún día, si el hombre sigue tan ciego y obcecado, se podría afectar a la forma de las costas por sobreelevación de las aguas marinas. Hoy lo dice mucha gente. Es de dominio común desde hace años. Pero lo normal suele ser la posición mental menos arriesgada, la más cautelosa, la que menos giros aporta a la rueda de la evolución de las conciencias, de la vida y de la historia del pensamiento.

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