Entrevistas — 30 de junio de 2015 at 22:00

Raquel Lanseros: «Cuanto más se lee, más se educa la sensibilidad»

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¿Cómo empieza uno a ser poeta?

Mi respuesta no va a ser nada original, porque la mayoría de los poetas que conozco cuentan una historia parecida: en la infancia cayó en sus manos un libro de poesía y aquello les impactó de manera casi física.

Yo misma recuerdo perfectamente esa sensación. A partir de ahí empecé a escribir, imagínate lo que escribiría una niña de entre siete y ocho años. Mi madre recuerda que, a la hora de la comida o de la cena, de vez en cuando les ponía en el plato unos poemas que yo misma ilustraba, de manera completamente pueril, obviamente; era una especie de regalo no crematístico, porque un niño tiene poco acceso al dinero. Mi madre conserva alguno; tienen el valor sentimental y nada más, pero son curiosos y desde luego ilustran la historia de la relación de amor con la poesía que en casi todos los poetas –no solo en mi caso– viene de largo.

También hay personas que comienzan a escribir poesía ya de mayores y luego algunos son grandísimos poetas, pero es curioso ver cómo el amor por la poesía se despierta en la infancia en un porcentaje muy alto.

¿Y tus poetas predilectos? ¿Cuáles considerarías que te han podido servir como maestros?

Es difícil nombrar solo a unos pocos, porque por fortuna, en el mundo, en nuestro idioma y en otros idiomas, contamos con grandísimos poetas. Realmente la historia de la poesía está jalonada de genio y de talento… es difícil elegir unos pocos.

Mi primera experiencia fue leer una rima de Bécquer, de su libro Rimas y leyendas, que tenía mi padre en su biblioteca. De alguna manera, esa fue la primera puerta. Luego, poetas en lengua española hay muchísimos: desde el siglo de oro, que está plagado de nombres fundamentales, como Calderón, Góngora, Quevedo, Lope de Vega… Y después, en el siglo XIX, encontramos al mismo Bécquer y a Rosalía de Castro, injustamente olvidada. Todos la tenemos presente, pero de pronto no está tan presente en encuentros, homenajes… Ojalá haya pronto un aniversario, porque merece que volvamos a traerla a escena; una mujer que además de precursora en muchos terrenos, también lo fue en el de las mujeres poetas en España.

Tenemos también toda la generación del 98: Juan Ramón Jiménez, que no hace falta descubrirlo, tuvo un Premio Nobel; Antonio Machado, que para mí es una figura por la que siento absoluta veneración, como referente ético y moral, aparte de un altísimo poeta; Miguel Hernández, Lorca, Cernuda, Pedro Salinas. Esos son, sin irnos de España, los más cercanos.

Hay otros poetas por los que yo siento absoluta predilección, por ejemplo Walt Whitman o Emily Dickinson, del mundo anglosajón. Jaime Sabines, que es uno de mis poetas mejicanos predilectos junto con Octavio Paz, los dos grandes emblemas del siglo XX. Me gusta mucho Eduardo Lizalde, que sigue vivo.

¿Es preciso leer para escribir después poesía?

Para escribir, sin duda. Hay personas que dicen: «Yo no necesito leer». Todo es muy respetable, pero a mí me parece que cuanto más se lee, más se educa la sensibilidad, más se educa el sentido del ritmo, más acceso se tiene a mil formas de vivenciar las mismas situaciones con matices diferentes y, por lo tanto, se va adquiriendo un bagaje que después hace más sencillo el escribir. Incluso por el simple hecho de ejercitar la imaginación, porque la poesía tiene mucho que ver con la imaginación, pues enfoca aspectos de la realidad que están en la penumbra y el poeta a través de su mirada sagaz, emocionante, concisa, lo ilumina y logra que los demás lo veamos también.

¿Crees que el poeta se pone a disposición de algo más profundo o es un mero artesano que fabrica cosas, como quien fabrica una vasija con sus manos?

Si te digo la verdad, yo creo que ambas cosas son ciertas. Se habla de la inspiración dentro del fenómeno de la creación poética, pero también del trabajo, del oficio… y ambas cosas son ciertas, es decir, que el poeta es un artesano que trabaja con palabras, con el lenguaje. Preferiblemente debe tener un conocimiento amplio del lenguaje con el que trabaja, porque aunque no sea imposible hacer poesía con recursos limitados, cuanto más hondamente una persona conozca su lenguaje, más facilidad va a tener para expresar de manera más o menos ajustada lo que quiere decir. Pero también el poeta es transmisor de un conocimiento y de unas sensaciones que no son solo las suyas sino que son las de la especie, las de la humanidad. Yo siempre digo que la poesía no es un lenguaje propio.

Hay gente que quiere empezar a escribir y no sabe cómo; ¿qué recomendarías para encontrar ese pozo profundo que cada uno tendría dentro?

Oscar Wilde dijo que «los consejos son como los feos, que no los sigue nadie…». Es difícil dar un consejo, pero hay recomendaciones básicas que –por obvias– son aconsejables:

Leer mucho, es el primer consejo. Si se quiere escribir poesía, uno tiene que leer poesía.

Y otro consejo sería tener tintes de silencio. A todos nos gusta disfrutar el ruido mundano, vivir, estar en contacto con la gente –es muy necesario también–, pero es fundamental tener tiempo para la reflexión y la meditación, llegar a un equilibrio entre el silencio y el ruido. Si hay demasiado ruido, es difícil que nazca la poesía, y si hay demasiado silencio, es posible que no haya vivencias autorizadas y legítimas de las que hablar. Modestamente creo que eso es algo que un poeta debe aspirar a manejar: un equilibrio que es muy difícil, y seguro que nadie lo alcanzamos, pero como aspiración y desiderata es acertado.

Entrevista a Raquel Lanseros 2

Si se pierde ese equilibrio interno como persona, ¿la poesía se va?

Perder el equilibrio no supone necesariamente estar pasando tiempos de dificultades anímicas, porque a veces esos tiempos de dificultades son muy fructíferos; al igual que los tiempos de alegría pueden ser, o no, muy fructíferos. Perder el equilibrio es sobre todo salirse de sí mismo. De hecho, una palabra que etimológicamente significa salirse de uno es divertirse, que es verterse hacia afuera. Y nos puede parecer gozoso porque en esos momentos se pierde conciencia de ese ego que a veces nos maniata y el tiempo deja de tener tanto peso. Pero para escribir poesía tienes que estar dentro.

¿Te atreverías a darnos una definición de la poesía? Tu definición más personal, la que surja en este momento…

Hace poco, en una charla, un señor de entre el público dio una definición absolutamente maravillosa: dijo que «la poesía es el impuesto que nos exige el alma». Me parece que es una definición a la altura de los grandes poetas. Si yo tuviera que definirla, diría que la poesía es un sinónimo de la vida; es una hija, una hermana y una madre de la vida, si es que se puede ser las tres cosas a la vez.

¿Tienes que estar vivo por dentro para transmitir esa vida?

Sin duda. Se puede estar vivo sin ser poeta, pero no se puede ser poeta sin estar vivo.

Sabemos que estás constantemente viajando… pero ¿cuándo vienen los poemas? ¿Se tiene un momento cada día o se escriben allá donde se atrapan?

Depende de la personalidad de cada uno. Hay quien se autoimpone un horario más o menos riguroso, pero cuando viajas es muy difícil de conseguir. Yo soy más bien caótica para escribir poesía. Suelo escribir a trompicones; hay temporadas que escribo mucho, otras no escribo nada; a veces rompo todo lo que he escrito y me quedo solo con un poema de cada cincuenta… en fin, no tengo un rigor continuado a lo largo del tiempo.

Pero sí que es cierto que cuando estoy de viaje, sobre todo porque los viajes son por motivos poéticos, entro en contacto con muchos poetas y con mucha poesía, y eso hace suscitar muchísimas ideas y ganas de escribir. Por eso siempre llevo conmigo una libreta y escribo un verso o dos que yo sé que me van a hacer recordar más tarde lo que estaba pensando en ese momento. Porque a lo mejor no tienes el tiempo de desarrollarlo, pero sí tienes el tiempo de plasmar ese primer verso del que después tirar.

Después de esos primeros versos, ¿hay que esperar tiempo para que aparezca el resto del poema?

Depende, hay versos de los que he tirado después de años, y hay poemas que he escrito todo seguido. No sé exactamente el motivo. No hay un parámetro fijo que uno pueda acotar como si fuera un método de trabajo que siempre funcione. A veces uno se sienta y no sale nada. Y a veces nos falta tiempo para escribir todo lo que nos viene… En ese sentido, hay que ser muy respetuosos y muy humildes, porque uno siempre teme que no vuelva.

¿A cuál de tus obras le tienes más aprecio?

Yo creo que los libros son como los hijos, y esto también es una metáfora muy manida, pero son como los dedos de la mano: ¿de cuál de ellos puedo prescindir? A todos les tengo un cariño bastante especial porque significaron cosas importantes, incluso los libros de los que uno reniega, que no es mi caso, pero es verdad que incluso esos te llevan al lugar en donde estás.

La poesía, ¿es la hermana pobre de la literatura?

La poesía es la hermana pobre de la literatura en muchos sentidos, pero también tiene cosas a su favor, y una de las cosas que tiene a favor es la posibilidad de la relectura. Yo puedo leer una novela que me agrada y aunque me haya gustado mucho se pasan años sin que vuelva a leerla, o directamente no la releo nunca, mientras que la poesía se presta mucho más a las segundas, terceras, o cuartas lecturas.

Yo leo muchas veces los mismos libros de poesía, mientras descubro otros. Pero hay poetas a los que vuelvo siempre y descubro matices, porque no se interpretan los poemas de la misma manera en un momento que en otro, con un estado de ánimo que con otro. A veces me digo: «Esto no lo había visto antes, ahora lo veo y ¡estaba aquí!». En ese sentido, la poesía tiene un desnudo mucho más rico, porque nunca se le acaba de ver del todo.

En este camino que has emprendido, ¿hay que dejar cosas?

Hay que dejar muchas cosas porque el día de cualquiera solo tiene 24 horas. Pero también se reciben muchas cosas a cambio. Aparte de que considero la poesía un poco como un sacerdocio, y ello implica muchas decisiones vitales a favor de ella, que nos llevan a dejar otras cosas.

¿La poesía es reivindicativa?

La poesía tiene tantas caras como tiene la naturaleza humana. En la poesía cabe la lírica, cabe el intimismo, cabe el canto, cabe el entusiasmo, cabe la autoafirmación, cabe la afirmación colectiva y cabe, cómo no, la reivindicación. Ya lo dijeron grandes poetas muy comprometidos. César Vallejo o Pablo Neruda, sin irnos de nuestra tradición, decían que la poesía siempre está al lado de la justicia, y tenían razón. Con esto no quiero decir que haya un deber de escribir sobre ciertas cosas y no sobre otras, pues la libertad creativa está por encima de todo. Pero la poesía, como aspiración de belleza y de armonía, tiene mucho que ver con los grandes valores inamovibles.

¿Puede la poesía ayudar a mejorar el mundo? ¿Es una herramienta cargada de futuro?

Tíldame de ingenua, pero yo creo que sí. El mundo, como ente global, es muy difícil de cambiar y, por desgracia, todos sufrimos las consecuencias de un mundo que no es como nos gustaría. Este momento nuestro es un ejemplo de ello, no hay que ir mucho más lejos. Pero también es verdad que los valores humanos que representa la poesía, estéticos y éticos, ayudan a cambiar el mundo. De hecho, muchas personas, en principio todos los que amamos la poesía, seríamos más planos o más romos sin ella. ¿Qué más se le puede pedir?

Poemarios

  • Las pequeñas espinas son pequeñas. Hiperión. Madrid, 2013.
  • Journal d’un scintillement. Les Éditions du Paquebot. París, 2012.
  • Croniria. Hiperión. Madrid, 2009.
  • Los ojos de la niebla. Madrid, 2008.
  • Diario de un destello. Adonáis, Rialp. Madrid, 2006.
  • Leyendas del promontorio. Villanueva de la Cañada. Madrid, 2005.

Antologías de su obra poética

  • La acacia roja. Tres Fronteras. Murcia, 2008.
  • Un sueño dentro de un sueño. 4 de agosto, Logroño, 2012.
  • A las órdenes del viento. Valparaíso. Granada, 2012.

Traducciones a su cargo

  • Poemas de amor. Valparaíso. Granada, 2013. Traducción de una selección de poemas de Edgar Allan Poe.
  • Mira lo que has hecho. Valparaíso. Granada, 2014. Traducción de los poemas de Gordon E. McNeer.
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