Hablar de la belleza es fácil y difícil a la vez, porque todo el mundo puede ver la belleza, pero muy poca gente sabe lo que realmente es. Es paradójico: está en todo y no está en nada, pues toda la creación es bella, la vida es bella, pero esa belleza que vemos no es realmente la Belleza, sino reflejos o manifestaciones de la verdadera Belleza.
La belleza está en todo, pero es necesario aprender a verla. Cuando despertamos interiormente, podremos ver también la belleza interior, y estaremos en mejores condiciones para vivir en armonía con nosotros mismos, con los demás y con todo lo que nos rodea.
¿Quién no se ha quedado extasiado alguna vez ante una puesta de sol, o un amanecer?, ¿quién no ha sentido un profundo deleite escuchando esa música especial que nos ha tocado el corazón?, o ¿quién no ha admirado la belleza de un rostro?, y así podríamos seguir citando formas de belleza; en realidad, infinitas, pues hay belleza en todo.
Hablar de la belleza es fácil y difícil a la vez, porque todo el mundo puede ver la belleza, pero muy poca gente sabe lo que realmente es. Es paradójico: está en todo y no está en nada, pues toda la creación es bella, la vida es bella, pero esa belleza que vemos no es realmente la Belleza, sino reflejos o manifestaciones de la verdadera Belleza.
A pesar de que el tema ha sido tratado por muchísimos pensadores y filósofos a lo largo de la historia, tampoco hay un acuerdo unánime sobre en qué consiste la belleza, ni siquiera en Wikipedia. Partimos de una dificultad, y es que cada persona percibe la belleza de una manera diferente; más aún, hay maneras diferentes de percibir la belleza según la época histórica, el tipo de cultura o el lugar del planeta de que se trate. Por ejemplo, el concepto de belleza durante el románico medieval era muy distinto al concepto de belleza en la Florencia de los Medici, en el Renacimiento.
Esto quiere decir que algo bello causará diferente impresión, o incluso ninguna impresión, a diferentes personas, pudiendo abrirse el debate de si algo es realmente bello o no lo es. Por tanto, podemos plantearnos dos cuestiones clave respecto a la belleza: cómo percibe el ser humano la belleza, y qué es realmente la belleza.
¿Cómo percibimos la belleza?
Nuestro nivel cultural y educativo determinarán nuestro acceso a la belleza, desde la belleza física o formal hasta la belleza más intangible o sutil.
Depende de cómo nos encontremos, depende de nuestra educación o nuestra cultura y de nuestra sensibilidad; nuestro gusto estético se va configurando poco a poco en nuestra vida, con nuestras lecturas, nuestras conversaciones, nuestros intereses cotidianos, etc.
El desarrollo de nuestro potencial humano, y nuestro desarrollo interior, necesariamente nos hará reconocer la belleza; primero, una belleza física o formal, que podemos percibir con nuestros cinco sentidos, y luego, una belleza intangible, una esencia, que es la que percibe el alma.
Percibimos la belleza exterior con nuestros ojos físicos, con nuestros sentidos, pero también podemos ir aprendiendo a mirar con los ojos del alma, para ir reconociendo también la belleza interior, que a veces no es tan evidente.
La belleza interior la encontramos en los pensamientos, en los sentimientos y en la conducta del ser humano. Hay belleza en un acto heroico, o en un acto de generosidad, hay belleza cuando se obra conforme a la virtud. Y esto también es un arte, el arte de vivir, porque requiere aprendizaje, práctica, dedicación…
La búsqueda de satisfacción es natural en el ser humano, pero de la misma forma que hay placeres para los sentidos, hay también placeres para el alma. Y ¿qué produce placer al alma? Todo aquello que le recuerda su origen celeste: lo bueno, lo justo y lo bello, que van unidos.
Y cuando la belleza es percibida con el alma, en su esencia, el ser humano puede expresarla de diferentes maneras: en el aspecto físico y visible, se expresa como elegancia. En la conducta se expresa como cortesía. En las emociones y sentimientos, se expresa como bondad de corazón. Y en las ideas, se expresa como sabiduría.
En la medida en que se despierta esa sensibilidad hacia la bello, se desarrolla un criterio estético propio. Y es cierto que la mayoría de las personas no lo tienen, sino que sencillamente se dejan llevar por la moda, o por lo que se lleva en un momento y lugar determinados. Esto se ve no solo en el vestir, sino también en el tipo de música que escuchamos, el lenguaje, la decoración, etc. Tener criterio propio es tener libertad de elección, y esto requiere conocimiento y despertar interior.
Cuando se descubre la esencia de la belleza, esa belleza interior, entonces es más fácil comprender la unión de la ética y la estética. Fue Kant quien dijo que la belleza es un símbolo moral. Pero ya desde la Antigüedad clásica ambos conceptos van unidos. Lo bello tiene que ser bueno, y además justo y verdadero. Y por lo tanto, la maldad iría unida a lo feo, aunque esto se puede matizar, puesto que en el mundo manifestado no hay nada absoluto, se puede hablar de grados, es decir, entre lo bello y lo feo hay muchos grados, de la misma forma que entre el blanco y el negro hay muchos grises.
¿Qué es la belleza?
Es una Idea o Arquetipo que busca el artista, despierta el amor y hace que vibre nuestra propia belleza interior.
Lo que cada uno percibe es belleza subjetiva, podríamos decir, pero la belleza está ahí, la percibamos o no la percibamos. ¿Cómo definirla o identificarla?
Quizá el punto de vista más aceptado sea el de Platón, siglo V a. C., considerado el techo o la cumbre del pensamiento occidental, que en varios de sus diálogos trata el tema: Hipias Mayor , Fedro , y El banquete .
Según Platón, la belleza es una Idea, un Arquetipo, y en su obra El banquete , la vincula al amor. El amor busca la belleza y lleva a ella. Por eso no es casualidad que muchas diosas en la mitología unan amor y belleza, por ejemplo Afrodita en Grecia, que es la diosa del amor y la belleza, o Venus en Roma.
Esa belleza, como Idea o como ideal, es una vía de acceso a la sabiduría a disposición del artista, que es quien busca la belleza y se esfuerza en plasmarla en obras de arte, constituyéndose así en un intermediario o puente entre el mundo inteligible y el mundo sensible, o en otras palabras, lo celestre y lo terrestre, lo divino y lo humano.
Esa belleza como Idea o arquetipo, es un principio armónico que forma parte de la creación del universo. Aquí entramos ya en el campo de la metafísica. Y esa belleza es eterna. No nació ni morirá, y es la causa que de que nosotros veamos belleza reflejada en cuerpos físicos, en objetos y en toda la Naturaleza.
El común de los mortales no podemos contemplar directamente esa Idea de belleza, pero sí podemos observar cómo se manifiesta en la Naturaleza, qué huellas deja en el mundo. Y esta observación ya la hicieron los antiguos. Se comprobó que siempre que vemos belleza se cumplen una serie de normas, como son: equilibrio, proporción, armonía y orden. Equilibrio, que es el adecuado balance entre puntos extremos. Proporción, la adecuada relación entre las partes y el todo. Armonía, el equilibrio entre las proporciones. Y orden, que es lo opuesto al caos, y supone sujeción a leyes y normas inteligentes.
Esos antiguos encontraron además leyes matemáticas sorprendentes que rigen los cánones estéticos. Es decir, que sobre gustos sí hay escrito, y la belleza no es algo relativo o arbitrario, sino que responde a unos cánones estéticos que no los ha inventado nadie, sino que se comprueba que están presentes en la Naturaleza. Una de esas leyes matemáticas descubiertas es la conocida como proporción áurea, divina proporción o número de oro.
Estos cánones estéticos se aplican también al ser humano, como vemos en el famoso hombre de Vitrubio, dibujado por Leonardo da Vinci, que cumple las medidas del número de oro en su tamaño completo, en su rostro y en todas sus partes. Además, lo vemos en dos posiciones, una en forma de cruz, dentro de un cuadrado, y otra en forma de aspa, dentro de un círculo. Por tanto, esta imagen nos está queriendo decir que el ser humano participa de las dos naturalezas: la terrestre, simbolizada con el cuadrado, y la celeste, simbolizada con el círculo, y está en condiciones de armonizar ambas.
Comprendiendo cómo se manifiesta la belleza en el mundo estaremos en mejores condiciones de percibirla. Y en la medida en que vamos despertando interiormente, la percibimos más. Esa belleza resuena en nuestro interior, hace vibrar nuestra propia belleza interior, nos inspira, nos ilumina, nos eleva, y también nos hace sacar lo mejor de nosotros mismos, ennobleciéndonos, permitiéndonos ser mejores personas, para poder vivir en armonía con nosotros mismos, con los demás y con todo lo que nos rodea, de la manera más bella posible.
Impresionante deducción