Es muy curioso comprobar cómo, en pleno periodo de crisis mundial, un país está acaparando el máximo interés por parte de todos, asombrados ante su despegue económico, no solo dentro de sus fronteras, sino allá donde la sociedad china desembarca. ¿Cómo se puede entender este fenómeno? Quizá adentrándonos en sus orígenes podamos lograr vislumbrar algún rayo de luz al respecto.
China es un país muy viejo; tan viejo que sus orígenes reales se nos escapan. Si bien se acepta que los tiempos históricos empiezan con Yu, fundador de la dinastía Hia, en el año 2197 a. C., hay testimonios que nos hablan de una cronología más antigua, que data el principio de su historia en el año 2698, con el mítico Emperador Amarillo, conocido como Huang Ti, siendo considerado el primer unificador de China. En este periodo ancestral logró desarrollarse una civilización floreciente que alcanzó un esplendor semejante, o aun superior (según algunas voces) a la que se dio en Egipto o Mesopotamia.
Pero así como estas civilizaciones milenarias decayeron y desaparecieron para siempre, China, tras un periodo de «edad media» (722-221 a. C.) en el que el inmenso imperio se descompuso en multitud de Estados, se levantó de nuevo para constituir las dinastías históricas que conocemos, y que perduraron con mayor o menor fortuna hasta el año 1912, en que es destronado definitivamente el emperador, desapareciendo por tanto el periodo imperial y entrando de lleno en la etapa «moderna» de una manera traumática, pues su mentalidad ancestral es rota en mil pedazos por las nuevas corrientes materialistas importadas de Occidente.
El comunismo se impuso finalmente, como sucedió en amplios sectores de la población mundial, y todo el acervo cultural eliminado de cuajo con la «revolución cultural» de Mao Tsé Tung. Todo tipo de libro llegó a estar prohibido, a excepción del adoctrinador Libro Rojo, que, en olor de multitudes, constituyó la base de su ideología.
Pasado el tiempo, las nuevas generaciones chinas han puesto su mirada nuevamente en Occidente, flexibilizando un tanto su concepción del comunismo, que ha fracasado definitivamente como concepto político. Así, a la vista de la necesidad de un desarrollo económico viable en el panorama internacional, los dirigentes del Partido han sabido adaptarse a un capitalismo controlado por un régimen comunista, algo incomprensible hace algunos años.
Pero este pueblo milenario encierra en lo más profundo de sí una forma de ser que traspasa las barreras del tiempo para adentrarnos en la magia de los valores atemporales, si bien es cierto que desdibujados actualmente por un enfoque equivocado.
Elementos como la paciencia, la modestia, el autocontrol, la laboriosidad, la meticulosidad, la cortesía, la amabilidad, el respeto a sus mayores, a sus superiores, el apoyo mutuo, la adaptabilidad a todo tipo de situaciones para salir adelante, son valores muy arraigados todavía en su forma de ser y comportarse.
¿De dónde arranca esa mentalidad tan atractiva y sugerente?
Un carácter muy antiguo
En tiempos míticos, que corresponden a ese periodo del pasado más remoto que se conoce como protohistoria por no haber documentación escrita al respecto, aunque sí tradiciones orales y leyendas, aparece un personaje legendario conocido como Fu Hsi (o Pao Hsi), que marca un antes y un después en una sociedad prehistórica sin ningún tipo de principios de conducta ni de normas de convivencia que, luchando por sobrevivir, se alimenta de carne cruda como cualquier animal depredador. Y es entonces cuando este ser especial, dotado de una sabiduría extraordinaria, instituye un orden social dotándoles de leyes, reglamentando el matrimonio, instruyéndoles en técnicas de caza y pesca, mostrándoles el arte de cocinar los alimentos y dándoles unos signos oraculares con el ánimo de prevenir situaciones no deseables en el futuro.
Este ser formaba parte de un clan que continuó su labor civilizadora por generaciones, labor que fue perpetuada por el clan del Divino Agricultor, quien les enseñó a cultivar la tierra, dotándoles del arado como elemento necesario para esa tarea. Y así llegamos al clan del Emperador Amarillo y sucesivos clanes (Yao, Shun…), que gobernaron entre aquellos hombres, cada vez más humanizados e instruidos.
Aquellos signos que Fu Hsi transmite a los seres humanos se conocen como el Pa Kua, y constituyen la base sobre la que se va a asentar, no solo toda la filosofía o forma de entender el mundo de la sociedad china, sino todo tipo de ciencia y arte que se ha desarrollado en este inmenso territorio desde sus orígenes.
Esta forma tan particular de enfocar la vida se denominó taoísmo, y el punto central de todo ese sistema de pensamiento lo constituye el Tao.
Para entender qué es el Tao, vamos a recurrir a otro personaje clave en el desarrollo de la mentalidad de este pueblo: Lao Tsé, quien, junto con Confucio, constituyen dos piezas angulares de su cultura. Ambos, en el siglo VI a. C., van a beber de las fuentes taoístas, principalmente a través de un tratado, conocido como el I Ching (Yi King), el Libro de las mutaciones (o de los cambios), donde aquellos ocho signos primarios o trigramas del Pa Kua se desarrollan (las fuerzas polares existentes en todo el universo del yin y el yang se combinan entre sí para ofrecernos las diferentes situaciones en las que podemos encontrarnos en la vida). Algo similar ocurre con el juego del ajedrez, donde ocho casillas blancas y negras, por cada lado, se combinan entre sí para presentarnos 64 posibilidades transitorias de acción, como finalmente aquellos ocho trigramas primarios del I Ching dan la resultante de 64 hexagramas donde se desarrolla nuestra vida.
La idea fundamental del I Ching es la del cambio. «Todo cambia, nada permanece estático», es un viejo concepto taoísta que muestra que el universo, la naturaleza de la que nosotros formamos parte, están en constante movimiento o transformación. De ahí la necesidad de conocer la naturaleza y sus ciclos, para saber adaptarnos a ella y aprovechar al máximo nuestras posibilidades de crecimiento o desarrollo interior.
El zen como enseñanza
Lao Tsé escribió un texto que se ha considerado la expresión escrita más pura que existe sobre el Tao: el Tao Te King, o el Libro del poder del Tao. A lo largo de los siglos, tras sucesivas copias y, posteriormente, a través de las diferentes traducciones a los diferentes idiomas por parte de varios autores, teniendo en cuenta lo complejo y amplio en su interpretación que es el idioma chino, podemos encontrar diferentes versiones que a veces más que aclararnos lo que es el Tao, lo dificultan en grado sumo. Pero tenemos que entender que tratar de explicar con palabras algo tan sutil es como querer apresar el viento entre nuestras manos: un imposible. A este respecto, la filosofía Cha’n, conocida luego en Japón como zen (originalmente una mezcla del taoísmo con el budismo importado de la India) tiene diferentes anécdotas que muestran una huida de todo tipo de explicación, como esta:
«Un discípulo le preguntó a su maestro: ¿Cómo puedo entrar en el Tao?, a lo que este contestó : ¿Oyes el murmullo del arroyo? Ahí está la entrada».
El Tao ha sido interpretado como verdad, destino, Providencia, ley, sentido, camino, Divinidad…
He aquí otra anécdota zen:
«Maestro, ¿qué es el Tao?». «¡Qué bonita montaña!», contestó este. «¡No te pregunto por la montaña, sino por el Camino!», replicó el discípulo. El maestro dijo entonces : «Hasta que no puedas ir más allá de la montaña, no encontrarás el Camino».
Este alejamiento de las explicaciones racionales es una manera de decir que la forma de entender lo más profundo es a través de otra vía, pues la razón es pobre cuando se trata de penetrar en el mundo de las esencias.
El ideograma que conforma la palabra Tao está constituido por dos caracteres: uno indica cabeza o conciencia; el otro, ir, vía; por lo que el Tao vendría a ser algo así como la vía o el camino del despertar de la conciencia.
En el Tao Te King se habla del Tao como una fuerza universal que dirige todas las cosas hacia su perfección. Sin embargo, siendo algo indefinible, no se puede explicar con palabras:
«El Tao del que puede hablarse no es el Tao eterno».
Entonces, ¿qué es el Tao?
«Hay algo sin forma y perfecto que existía antes de que el universo naciera. Es sereno, vacío, solitario, inmutable, infinito, eternamente presente. Es la Madre del Universo. A falta de un nombre mejor lo llamo Tao. Fluye a través de todo, dentro y fuera de todo, y al origen de todo retorna».
El sentido de la vida
Así pues, podemos decir que la vida tiene un sentido, y ese sentido es como una corriente, un fluir universal hacia el origen, donde todo nació y adonde todo ha de retornar, pero ese origen no es de índole física, pues se habla de él como de Algo vacío, es decir, no existe como algo manifestado, como algo no ya formal, ni siquiera como materia primordial o caótica.
Entonces, siendo Origen y Destino, es también el Camino hacia ese destino final, por eso se ha denominado vía o sendero de evolución. La palabra Tao se pronuncia Dao en chino, y de ahí derivó en Japón al Do, que se ha considerado como la vía hacia la realización del ser humano, pues es la vía hacia la verdadera realidad trascendental. A través del zen, importado de China, se constituyó, en los siglos durante los que imperó el feudalismo, en el código de honor de los feroces guerreros samuráis, el Bu-shi-do, un código ético de comportamiento que modeló su carácter hosco y primitivo para constituirse en un canal hacia elevados estados de conciencia. Cuando finalizaron las guerras, se constituyó en una vía en las diferentes disciplinas marciales: iai-do, kyu-do, ju-do, karate-do, tae kwon do, aiki-do…
¿Cómo entender toda esta metafísica que entraña la comprensión del Tao?
A través de aquellos que han vivido según su particular mensaje, que no es otro que el de la ética. Lao Tsé nos habla de las cualidades o virtudes del maestro, que es aquel que vive de acuerdo con el Tao. El maestro es aquel que vive según las leyes de la naturaleza, y, por tanto, de la vida.
«El ser humano sigue a la Tierra, la Tierra sigue al Cielo, el Cielo sigue al Tao y el Tao se sigue a sí mismo».
Y ¿cómo es la Tierra, la naturaleza, que nos muestra las virtudes que ha de poseer el sabio? Pues paciente, perseverante, humilde, generosa, justa, bondadosa, armónica, bella, perfecta en su imperfección, disciplinada, acogedora, como una verdadera madre que trata de ayudar, proteger y, al mismo tiempo, educar a sus hijos. Así es un maestro de vida, y también así debemos ser nosotros en alguna medida si queremos encontrar la paz interior que se nos escapa. Si existieron maestros como Lao Tsé o Confucio, Buda, Pitágoras, Sócrates, Jesús y tantos otros, tenemos la prueba palpable de que es posible, y ellos son no solo esa demostración, sino los modelos a seguir.
Así pues, lo que hoy podemos admirar de los chinos no son sino los restos de lo que constituyó un modelo educativo durante cientos y aun miles de años, a tal punto que su impronta quedó grabada en el subconsciente colectivo. Pero lo esencial se perdió entre tantos intereses materiales.
Gracias por entregarnos esta minuciosa explicación de los motivos que hacen al pueblo chino digno de admiración, es muy grato encontrar aquí cuestiones; que he cavilado por largo tiempo, desglosadas y aclaradas, de manera tan concreta y comprensible, me dispongo, sin pausa, a sacar todo el provecho que pueda a vuestro texto, apuntando de puño y letra en mi ajada libreta para «hurtos» de informacion.
Con afán de leer próximas entregas.
Me despido agradecido.
Carrasco G.