Las leyes de la física cuántica, que están protagonizando un importante giro en la forma de analizar el mundo, se pueden aplicar también a los procesos de algo vivo, como el cerebro. Así se deduce de los trabajos de Pribram, que dedicó 30 años a escudriñar de qué forma el cerebro nos permite percibir la realidad.
El cerebro humano es, sin lugar a dudas, uno de los retos más grandes para la ciencia; al menos así es como lo ha vivido Karl Pribram. En 1949, con veintinueve años y contando con la carrera de médico neurocirujano, decidió dejar de lado un lucrativo trabajo como médico para dedicarse a la investigación y la enseñanza. Músico de corazón y más explorador que médico, dedicó más de seis décadas de trabajo a una teoría que, más tarde, revolucionaría la concepción del mundo de la neurología y la neuropsicología.
Pasaría los primeros veinte años intentando desvelar los misterios que rodean la organización del cerebro, la percepción del mismo y la conciencia. Su laboratorio fue uno de los primeros en identificar procesos cognitivos, obteniendo muchos éxitos. Pero aun así, había algo que le confundía. Uno de esos misterios era la paradoja fundamental: en sus trabajos podía identificar los procesos cognitivos, incluso identificar las partes específicas del cerebro donde estos procesos se realizaban, pero parecía que algo se le escapaba de las manos, es decir, que el almacenamiento de la información parecía estar distribuido no solamente en una zona específica del cerebro, sino que a veces abarcaba más zonas y era imposible detectar dónde, por ejemplo, estaba alojado un recuerdo o un pensamiento. Pribram se preguntaba cuál era el mecanismo que hacía esto posible. ¿Dónde guardaba el cerebro la información?
Siguió adelante ampliando su investigación, llegando a estudiar cómo el cerebro “ve” a través de los ojos. La sorpresa vino cuando Pribram, junto con otros colaboradores, demostraron que las imágenes no se proyectaban en el córtex visual a modo de pantalla de cine, como se creía, dado que el simple hecho de enfocar visualmente un objeto exigiría un nuevo y complejo cálculo cada vez que nos alejáramos unos centímetros de este. Pribram estaba convencido de que tenía que haber otro mecanismo que nos permitiese ver el mundo como lo percibimos.
Durante un encuentro de la UNESCO en París, Pribram conoció a Dennis Gabor, ganador del Premio Nobel por su descubrimiento de la holografía. Esa tarde que pasaron juntos bebieron una botella particularmente memorable de vino joven y llenaron tres servilletas de complejas ecuaciones. Gabor compartió su experiencia explicando como se crea el holograma: Se dividen los rayos de un láser en dos; ambos llegan a una placa fotográfica; uno facilita los patrones de luz y el otro coge la configuración de una manzana, por ejemplo, sobre la que es proyectado, y ambos interfieren. Sobre dicha película quedan grabados patrones de interferencia que se ven como garabatos de círculos concéntricos, pero si se hace brillar otra vez un láser sobre la película, se retoma la imagen tridimensional de la manzana que había quedado impresa. Otra propiedad de la holografía es que en cada pequeña porción de la información codificada está contenida la totalidad de la imagen, de la manzana en este caso, pero a una escala menor.
Resonando con la realidad
Pribram ya tenía, por fin, un mecanismo que podía explicar el funcionamiento del cerebro, cómo se forman las imágenes, cómo se almacenan y cómo pueden ser recuperadas o asociadas con otras cumpliendo las leyes de la holografía, según las cuales en la pequeña parte se encuentra el todo. Estaba proponiendo algo tan radical como que el cerebro, una cosa cálida y viviente, opera según las extrañas reglas de la mecánica cuántica. Es decir, que nuestro cerebro tiene la capacidad única de captar y almacenar ondas cuánticas de grandes cantidades de información en patrones de interferencia y recuperarlo de manera casi instantánea en tres dimensiones, y a partir de esta información creamos el mundo que percibimos.
Pribram, sin dejar de lado su pasión por la música, nos explica este paradigma desde un punto de vista más musical: “Piensa que tu cerebro es como un piano. Cuando observamos algo en el mundo, ciertas porciones del cerebro resuenan a ciertas frecuencias específicas. En determinado punto de atención, nuestro cerebro sólo toca ciertas notas que hacen vibrar determinadas cuerdas de cierta longitud y frecuencia. Seguidamente esta información es recogida por los circuitos eléctricos ordinarios del cerebro, tal como las vibraciones de las cuerdas acaban resonando en la totalidad del piano”.
Otra de las cosas que descubrió es que el cerebro habla consigo mismo y con el resto del cuerpo mediante el lenguaje de interferencia de ondas (lenguaje holográfico), nada de impulsos eléctricos ni terminaciones nerviosas. Percibimos un objeto “resonando” con él. Conocer el mundo, teoriza Pribram, es estar en su longitud de onda.
El modelo holográfico es la respuesta de cómo el cerebro es capaz de almacenar una gran cantidad de información. Explicaría la vastedad de la memoria teniendo en cuenta que las ondas pueden contener cantidades inimaginables de datos, mucho más de quintillones (280.000.000.000.000.000.000) de bits de información, que es la cantidad de información que una persona puede almacenar durante su vida. Este modelo también explicaría la recuperación instantánea de la memoria, a menudo en forma de imagen tridimensional. Por otro lado, la capacidad de reconocer objetos iguales pero de diferentes tamaños. También daría cuenta de por qué podemos manejar una bicicleta, bailar y realizar tareas que exigen una coordinación extrema que sobrepasa cualquier tipo de configuración y comunicación nerviosa o eléctrica a través del cuerpo.
Incluso llegó a mostrar que el cerebro puede bloquear o discriminar aquellas frecuencias que recibe, a modo de defensa, para que no seamos bombardeados constantemente.
A su trabajo se fueron añadiendo diversos investigadores, llevando sus teorías más allá en multitud de campos, como el de la memoria, la psicología, la medicina, la física cuántica y la ciencia en general. Médico, músico y explorador por naturaleza Karl Pribram es uno de los grandes científicos de nuestra era que con su paradigma del cerebro holográfico nos invita a llegar los confines de un mundo en el que lo físico e intangible se confunden en uno.
Bibliografía:
El campo. LynneMcTaggart. Sirio, 2006. ISBN 8478081879
El paradigma holográfico. Ken Wilber. Kairos, 1987. ISBN 9788472451735
Súper espectacular esta información. ¡Mil gracias, la necesitaba!
Una forma sintética de hablar de la propuesta de la teoría del universo plegado – desplegado.
Desmitificar las creencias sobre cómo conocen los seres vivos y particularmente los seres humanos, una necesidad para todos los actores del ámbito de la educación.
Estoy de acuerdo con su teoría en parte, ya que el sustrato para que se forme el fractal de que habla, esta codificada en la energía almacenada en las mitocondrias y cuyo uso, por la razón cognitiva que sea, permite la formación de dicha estructura energética. Saludos
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La fractalidad mitocondrial, considerada como sustrato cuántico del Holograma en sí mismo, nos aproxima enormemente a la incomprensión caótica del mecanismo cognitivo. El Sócrates cicutero se despide diciendo:<>