Sociedad — 31 de diciembre de 2018 at 23:00

La inteligencia transpersonal, algo más que inteligencia

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inteligencia transpersonal

Va quedando lejos aquella inteligencia de la picardía y la malicia de los pillos que, mediante habilidades y estrategias, posibilitaba la supervivencia. Lejos quedan también los tiempos en que la inteligencia consistía en recordar hábilmente la mayor cantidad de datos posible, almacenándolos en la memoria.

Howard Gardner abrió el abanico de esta visión cuando, en el pasado siglo, presentó al mundo las llamadas inteligencias múltiples: la musical, la espacial, la naturista, la interpersonal, la intrapersonal, la lógico-matemática y la verbal. Gracias Howard, nos libraste de la dictadura de aquellos test de inteligencia matemática por los que resultábamos, o bien torpes sin remedio, o bien personas «estrella».

De pronto, gracias a él, el poder de la inteligencia se repartía en habilidades variopintas que habitaban en la mente humana. Con ello, los dones y talentos de una humanidad diversa derrocaban la idolatría a una única competencia sobredimensionada.

Más tarde, fue el Sr. Goleman quien ofreció una visión de la inteligencia emocional que quedó añadida al catálogo de habilidades humanas. El racionalismo lógico de aquellos «inteligentes» con gran éxito en los exámenes, se vio eclipsado por la capacitación emocional de aquellas personas que tenían éxito en la vida, sin previos sobresalientes ni matrículas. La nueva inteligencia permitía no solo manejar la automotivación, sino que también posibilitaba el trabajo eficaz con el grupo, y una equilibrada gestión de las relaciones humanas. El nuevo concepto de «madurez emocional» aparecía en el horizonte del desarrollo personal.

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El ser humano sigue movido por un impulso evolutivo que mueve hacia delante átomos y galaxias. Y en este siglo XXI de mutación acelerada, apareció como caído del cielo un brillante Ken Wilber que, además de trazar un mapa de los escalones de la consciencia, dejó claro que estaba naciendo una nueva inteligencia o nivel evolutivo en el seno de la humanidad avanzada. Se trata de una capacidad que, allí donde se manifiesta, recibe valoración y honra. Se la conoce como inteligencia transpersonal y en sus funciones está el encontrar significado a la existencia y empatizar compasivamente con otras personas.

La inteligencia transpersonal es la encargada de disolver el miedo y abrir el corazón a la fuerza unificadora que deja atrás las dudas de un viejo rompecabezas. En realidad, la inteligencia transpersonal es la embajadora del Misterio como dimensión translógica de la existencia que inspira respeto y reverencia. Su oficio es permitir el descubrimiento de nuestra identidad profunda, al tiempo que devenimos capaces de ver a nuestro «pequeño yo» como efímero personaje al que observar y trascender en compasiva benevolencia.

La inteligencia del alma

En realidad, la inteligencia transpersonal es la inteligencia del silencio, una inteligencia cuyo asiento neuronal va más allá del «apretado» aparato pensador que, durante miles de años, ha reinado entre dualidades y carencias. Es la inteligencia transreligiosa del ámbito espiritual, una inteligencia del alma que, trascendiendo las creencias, trabaja con el autodescubrimiento hacia vivencias profundas y más próximas al sentir y al saber que al creer y recordar.

Nos encontramos ante una mutación añadida: aquel Homo sapiens que aprendió a pensar y que asombró a las criaturas puramente emocionales e instintivas que lo rodeaban, hoy cede su reinado al emergente poder de la consciencia. De pronto, el ámbito del pensamiento como herramienta directa de la razón y la ciencia, se ve trascendido y, en consecuencia, considerado tan solo como un área más de ese « yo psico cuerpo» en el que se cohesionan billones de células. ¿Acaso la inteligencia transpersonal no es la que gestiona estados de conciencia inherentes a la verdad, la bondad y la belleza?

La inteligencia transpersonal despliega la confianza en la vida como estado «trans-racional» por el que crecer con cada obstáculo que se nos presenta. Gracias a ella movilizamos la motivación fundamental de mantenernos en plena atención en los días de luz y también en los de sombra. En realidad, es la inteligencia fundamental del auténtico discernimiento, un discernimiento que brota de la quietud de lo profundo y la claridad derivada de una consciencia despierta. Es la inteligencia capaz de aplazar los deseos y de hacer revelar la esencia.

La inteligencia transpersonal nos permite habitar en el no-lugar y, asimismo, «confiar como camino» sin rastro de amenaza. Confiar una y mil veces, mientras nos encuentra una fértil vacuidad que no anticipa ni recuerda. Es la inteligencia de la Presencia, aquella que permite inundar todo acto cotidiano de esa unidad que somos, y de ese no-tiempo que algunos llaman eternidad silenciosa.

La inteligencia transpersonal no informa ni analiza; en realidad, inspira. Se trata de una capacidad para establecer resonancias con la íntima sensación de mismidad, tan arraigada como estable, en la que caben todos los vientos y mareas periféricas. Esta nueva inteligencia permite reconocer la unidad e interdependencia en la que somos y tenemos el ser, y por la que todo lo existente se reconoce como proveniente de la misma Fuente. En realidad, esta inteligencia es la que inspira en el ser humano la intuición fundamental de la no-dualidad como meta.

Con el despliegue de tales capacidades, vivimos una vida en la que cada pérdida tiene sentido, y cada despedida inundada de gratitud, en nada es ajena. La confianza como estado va por delante del temor, y cada pérdida es vivida como una víspera que, anunciando cambios, impregna la vida de esperanza.

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La inteligencia transpersonal ofrece una vivencia de la espiritualidad como realidad transreligiosa, una forma de intuir la unidad de la Fuente en la diversidad de todas las cosas. Cuando esta capacidad se despliega, nos vivimos en un estado de aceptación, un estado capaz de sostener las emociones que experimenta nuestro «yo separado», que quiere aferrarse a su efímera burbuja.

El ámbito de acción de esta inteligencia no es la concentración mental, ni la organización de datos que nuestra mente pensante procesa. En realidad, lo transpersonal trabaja en el campo de la atención como nutriente continuo de la autoconsciencia. Atención, atención y más atención es el legado que esta dimensión de la inteligencia otorga. Un legado que permite avivar la consciencia y despejar las avenidas del alma humana.

3 Comments

  1. Tan elemental, esencial, como incomprensiblemente inalcanzable para muchos

  2. Francisco Tovilla

    Extraordinario tema. Encontrar mentes ocupadas en difundir este tipo de información fortalece mi confianza en la humanidad. En la I.T., se conjuga el sentido y trascendencia al que somos llamados.

  3. Un artículo sin duda inspirador. Gracias

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