Ante las injusticias y el desgobierno que muchas veces creemos padecer en nuestras sociedades, algo en nuestro interior se rebela y salimos a las calles a protestar y reivindicar más justicia para todos. Sin embargo, ¿se obtienen resultados que cambian la sociedad de forma duradera? ¿Por qué no triunfan las revoluciones?
¿Tienen éxito las revoluciones?
La rebeldía siempre ha sido algo innato en los jóvenes. Ir contracorriente nos da adrenalina, nos entusiasma, nos gusta ir en contra de ese sistema de bienestar que nos ofrece la sociedad, y que no nos convence. No estamos de acuerdo con los patrones y con la reglas morales impuestas, con los modelos a seguir. Sobre todo, no nos gusta que nos impongan una idea con la que no estamos de acuerdo. Si además de eso, añades una época como la que estamos viviendo, donde predominan las desigualdades e injusticias sociales, casos de corrupción y un desorden generalizado, entonces nuestra rebeldía se potencia, e incluso se despierta en aquellos en los que el peso de los años la había hecho dormir.
Nos sentimos impotentes ante una situación con la cual no estamos nada de acuerdo. Vemos a los gobernantes actuando de forma inmoral, cometiendo todo tipo de despilfarros con el dinero público, recortes en todos los sectores, enriquecimiento ilícito de los políticos y mandatarios, etc. Esas personas, que deberían dar ejemplo, que son las personas elegidas para representarnos, son las que, cuando tienen oportunidad, demuestran una postura muchas veces vergonzosa. En el sector privado, parece que la ganancia está por encima de cualquier daño o mal que se pueda causar. Empresarios aliados con el Gobierno cometen impunemente crímenes contra la salud, el medio ambiente y contra la dignidad humana, vendiéndonos una imagen perfecta de una vida sin problemas ni dificultades, lo que genera aún más malestar cuando nos enfrentamos con la cruda realidad que vivimos y vemos en las calles.
Frente a tales barbaridades nos rebelamos, queremos hacer algo para cambiar este panorama, nos sentimos motivados por nuestra indignación, nos unimos con todos los demás indignados y tomamos las calles para manifestar nuestra insatisfacción y exigimos a este Gobierno, medio desgobernado, que nos dé respuestas y un poco de orden. Basta ya de tanta suciedad, de tanta falta de escrúpulos, de discursos cargados de excusas y mentiras. Se supone que deberían mirar por el bien de todos y solo hacen que discutir entre ellos.
Esta película ya la conocemos, la vemos a diario en las noticias nacionales y del mundo. Pero, y si miramos un poco hacia atrás en la historia, ¿qué podemos aprender?
Hemos visto en la historia muchas revoluciones, protestas y manifestaciones con una gran repercusión. Pero, sobre todo, una repercusión de sangre, muerte y traumas pasados de generación en generación. No quiere decir que no se hayan logrado cosas buenas con todo eso, pero, si la historia que nos precede fue la que nos trajo al momento exacto que estamos viviendo ahora, quizás deberíamos preguntarnos: ¿todo lo que hemos vivido, ha servido de algo? Si creemos que el mundo está al revés, que falta integridad en las personas públicas, que faltan ejemplos de honestidad y justicia, que faltan buenos educadores, que falta lo mínimo para una vida digna para mucha gente en el mundo, entonces quizás deberíamos plantearnos: ¿por qué las reivindicaciones no funcionan? O aun, ¿por qué no triunfan las revoluciones? Quizás es que las conquistas pasadas que nos corresponden por herencia no fueron duraderas, o es que no han sido suficientes para contrarrestar todo lo malo que se nos ha quedado. Aun así, protestar y luchar son formas que encontramos para canalizar esa rabia creciente contra las injusticias y la represión, hasta que ese sentimiento se torna insostenible para un gran número de personas que deciden hacer algo por cambiarlo.
Protestando en el sofá
En la época romana, antes de Cristo, conocimos lo que se denominaba el «Panem et circenses», el pan y circo; fue el ocio que entretenía a las masas y el alimento que era distribuido en tiempos de hambruna, mientras los políticos tomaban el poder, manipulaban sus esquemas u ocultaban hechos controvertidos. Pero aún hoy utilizamos ese término a menudo, para referirnos a la manipulación de las masas a través de los medios de comunicación o maniobras para dispersar determinados asuntos que generarían el cuestionamiento e indagación sobre las personas.
Nos olvidamos pronto de nuestra rebeldía cuando tenemos nuestras comodidades y nos entretenemos con cualquier otra cosa. Al fin y al cabo, todos queremos un mundo mejor, pero no queremos que nos quiten nuestras tarjetas de crédito, ni nuestra comida de domingo con la familia, ni tampoco nuestras escapadas a la playa cuando hay un festivo. Queremos que haya más justicia y dignidad, pero ¿nos paramos a pensar cómo se puede lograr eso? Aunque a veces parezca que todo lo que pensamos, sentimos y hacemos viene de nosotros mismos, hay que admitir que el entorno nos influencia también. Sin alimentar ideas conspiratorias u ocultas, pero con sentido común, podemos darnos cuenta de que cuando vamos por el mundo es difícil no dejarse llevar por la infinidad de estímulos exteriores. Mensajes de todas partes nos dicen qué es correcto y qué no lo es, qué tengo que hacer para ser popular o estar a la moda; incluso nos convencen de que lo que decidimos está basado en nuestros propios pensamientos.
Mientras tenemos nuestro «pan y circo» no nos preocupamos en pensar en una forma realmente eficaz para cambiar el mundo, o por lo menos empezar. Mientras tanto, no nos preguntamos qué motores son los responsables para motivar a los hombres y mover a las sociedades hacia al desarrollo de una verdadera vida decente y equilibrada.
Una forma diferente de rebeldía
Todos esos movimientos y revoluciones se basaron en ideas de lograr el bien y la justicia para todos o para la mayoría, buscaban cambiar la situación donde estaban para alcanzar una forma de vida mejor y más humana, con igualdad de condiciones. Sin embargo, vemos que las ideas son perfectas, pues pertenecen al mundo arquetípico, como diría Platón, ese mundo inteligible al cual todos podemos acceder cuando cerramos los ojos y soñamos. Cuando tratamos de plasmar nuestras ideas, las pasamos por el filtro de nuestras percepciones, de nuestros prejuicios y creencias, y quizás cuando las vemos estampadas en la realidad no se parecen mucho a la idea inicial. De forma que, si nos fijamos en el punto donde se encuentra el fallo, veremos que está en nuestras limitadas capacidades y nuestra falta de reflexión y desarrollo.
Queremos hacer la revolución, pero no somos capaces de elegir bien nuestras relaciones sentimentales, no somos capaces de desarrollar disciplina para cumplir con nuestras pequeñas obligaciones en casa, ni siquiera somos capaces de motivarnos con nuestra propia promesa de dejar el tabaco o los malos hábitos alimenticios. ¿Cómo es posible que queramos cambiar el mundo, si no somos capaces de cambiarnos a nosotros mismos, si no somos capaces de pensar y reflexionar profundamente sobre qué nos motiva o por qué hacemos las cosas?
Si queremos revolucionar nuestro entorno, podemos intentar pensar en aquello que hacemos, meditar sobre las decisiones que tomamos, desde las más pequeñas hasta la más significativas, sin quitar importancia a ninguna de ellas. Si queremos rebelarnos por algo, que sea por nuestras propias contradicciones e incoherencias, que sirvan de motivación para luchar contra la pereza, contra el egoísmo y otras trabas que todos tenemos. Démonos cuenta de que no importa el sistema que haya implantado en las sociedades: mientras no haya personas sensatas, honestas, buenas y justas, podemos cambiarlo cuantas veces queramos, y siempre estará contaminado por las debilidades humanas.
Abandonemos nuestra zona de confort, no para ir a las calles a luchar y protestar; aprovechemos la energía de nuestra juventud para transformarnos en mejores personas, en verdaderos ejemplos para las futuras generaciones. Utilicemos nuestras ganas de cambiar el mundo para cambiar nuestros pequeños defectos y nuestras limitaciones. Hagamos de la causa de nuestra rebeldía una causa verdaderamente importante en nuestras vidas. Pensar y actuar de acuerdo con nuestros pensamientos, y ver qué cambiar en nuestro ambiente familiar, profesional y social es una forma de rebeldía muy eficaz. Ya decía Gandhi que debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo. Hagámoslo, pues, para que nuestros esfuerzos no se vean perdidos con el paso del tiempo, y que las revoluciones puedan triunfar.