Sociedad — 30 de junio de 2014 at 22:00

La revolución del siglo XXI

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En el panorama humano de nuestro nuevo milenio, una revolución hacia lo positivo parece necesaria. Una revolución que implique a generaciones diferentes que la mantengan a lo largo del tiempo, capaz de sembrar una ética profunda y recoger un fruto en el futuro más acorde con la dignidad humana que el que ofrece nuestro presente.

El futuro siempre es incierto. Lo único seguro es que está condicionado por el pasado.

Desde la antigua China, con los pensadores de la época pre-Han (siglos V-III a.C.), el concepto de revolución quedó definido como “un cambio violento”. En los pensamientos de Confucio, el concepto implicaba una transformación del espacio y, más adelante, al abarcar también el tiempo, llegamos a la “revolución sin tiempo”, de la cual habría esbozado algunos elementos Mao TseTung, y que habría expresado mejor Ho Chi Ming (“el que ilumina”). Se trata de conseguir que la revolución no se limite a un lugar, sino que se traslade a otros muchos lugares con la participación de generaciones diferentes que prolonguen su tiempo de vida. Y hoy, en los albores del siglo XXI, se vuelve a hablar de revolución: social, política, económica, artística, etc., pero en un entorno bastante oscurecido y confuso.

¿Qué ha sido de nuestro siglo XX?

Desde el punto de vista filosófico, una verdadera re-evolución es hacer que la evolución corra otra vez, que lo estancado se mueva de nuevo. Y la gran pregunta es: ¿nos hemos estancado?

Todo parece indicar que sí. Es innegable que el siglo XX supuso un gran adelanto en el terreno de la técnica. Los avances científicos, médicos, en el campo de la psicología, etc., han sido tremendos. Pero los grandes cerebros han sido usados para la guerra, para crear armas de destrucción masiva; los conocimientos del condicionamiento clásico y del conductismo son usados para manipular la conducta y el pensamiento de los seres humanos, y… la verdad es que no hemos logrado un verdadero avance humano. Hemos logrado un avance técnico, mecánico, y en ese progreso material hemos perdido gran parte de nuestra metafísica, gran parte de nuestra espiritualidad.

El siglo XX ha sido un siglo teórico, aparentemente lleno de buenas intenciones: se ha fundado la ONU, hemos establecido acuerdos en la Convención de Ginebra, se ha promulgado la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y han visto la luz otras muchas organizaciones y acuerdos. Pero las guerras continúan, los tratos vejatorios a prisioneros de guerra también, siguen muriendo en los conflictos armados muchísimos civiles inocentes, es un hecho la explotación laboral infantil en muchos países, hay hambrunas y pestes… y, por desgracia, lo cierto es que las diez personas más ricas del mundo acumulan lo que necesitan los más de mil quinientos millones de seres humanos que se encuentran en la pobreza. Y a pesar del esfuerzo de las democracias, la clave sigue estando en el factor humano y no tanto en los sistemas.

¿Qué se necesita?

revolucion-2La gran revolución del siglo XXI tendrá que considerar que los valores democráticos han de ser respaldados por su implantación individual en cada ciudadano.

Necesitamos, pues, educación y ética. Una educación que ofrezca las máximas posibilidades de crecimiento y desarrollo a cualquier ser humano, y que aproveche las mayores potencialidades de cada individuo. Una nueva ética que facilite el retorno de la espiritualidad, que nos ayude a relacionarnos con la naturaleza y que valore el corazón de los seres humanos. Una nueva ética que nos acerque a los valores atemporales de la estética, alejados por fin del mercantilismo y de la superficialidad.

Y algo fundamental sería que imperase el sentido de justicia que, al fin y al cabo, es el verdadero motor de toda Revolución. De igual manera, parece ser que el motor individual para superar cualquier tipo de crisis hemos de buscarlo en una ética profunda.

Así pues, gran sentido toman las palabras del profesor Jorge Ángel Livraga, cuando escribió acerca de las crisis que afectan a los seres humanos:

“Elevemos la mirada (es una forma de elevar la conciencia), porque hay cosas mucho más importantes: el destino histórico de la humanidad, el río de almas que sigue yendo hacia adelante, hacia ese vórtice misterioso que llamamos muerte, donde algo nos espera” (Magia, religión y ciencia para el tercer milenio, Jorge Ángel Livraga. Editorial NA).

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