Transitamos por la vida con unas directrices que nos vienen empujando desde la infancia: hay que estudiar para conseguir un buen trabajo y dedicarnos a «cosas útiles». Pero ¿qué significa esto? ¿Tenemos que rodearnos de cosas útiles, o más bien, tendríamos que preocuparnos de que lo justo predomine sobre lo útil
¿Esto es una vida útil?
Cuando somos pequeños, nos dicen que tenemos que estudiar para sacar buenas notas y, con el tiempo, encontrar un buen puesto de trabajo. Al llegar a la adolescencia, nos increpan recordándonos que debemos ser útiles en casa y no pasar tanto tiempo sin hacer nada de provecho, es decir, perdiendo el tiempo. Ya adultos y embebidos de la religión del beneficio, dejamos de lado la aventura por razones obvias: no tener tiempo para cosas que no dan de comer ni pagan la hipoteca. Y al llegar al invierno de nuestras vidas, jubilados y ociosos, nos apartan en los parques o las residencias de ancianos porque hemos dejado de ser útiles.
La utilidad se ha convertido en la gobernanta de la sociedad, en la tirana de las almas, en el azote de la cultura y la civilización, en el opio redentor y en la religión de ateos y creyentes. Desde la Revolución Industrial hemos ido perdiendo el norte de la vida, sumidos en la ganancia y en el olvido del valor de los seres vivos y las cosas intangibles. Los valores éticos, los sentimientos místicos y estéticos y las ideas filosóficas han sido reducidos a papel impreso. No tienen más utilidad que la de entretener el poco ocio de esas vidas esclavizadas por lo útil. Astuto ardid del nihilismo mercantil para sobrevivir sin ser nada. Porque lo útil no es nada, es ganancia quimérica que se desvanece tan pronto como se produce. Ved el dinero que se gana con el sudor de la frente –si bien algunos sudan menos que otros–, cuán raudo sigue camino sin detenerse en bolsillo alguno. Prestad atención al tiempo que se gana corriendo más rápido, cómo se nos escapa al menor despiste. O las propiedades, casas, coches, frigoríficos, televisores, bicicletas y terminales móviles, ¿acaso tenemos firmado un contrato de permanencia con el destino? No. La más mínima eventualidad nos lo arrebata.
¿Qué es lo útil, realmente?
Lo útil es útil y nada más. Una cuchara es útil para comer sopa. Un teléfono, para comunicarse a distancia. Un trabajo, para conseguir dinero. El dinero es útil para comprar cosas útiles y necesarias, como la comida, la habitación y el vestido. De modo que la utilidad es una vara de medir el uso de las cosas. Es un metro para medir practicidades. Y nada más. ¿Es que en la vida lo más importante es lo práctico? ¿No será lo práctico una justificación para no adentrarse en las aventuras del espíritu? Cuando alguien nos dice que no vayamos por un lugar es porque tiene miedo él mismo de ir por ese lugar. Cuando alguien nos conmina a no pensar, a no amar, a no dar, es porque él mismo no quiere pensar, amar, ni dar. «Solo el necio confunde valor y precio», escribió Machado, dejando en evidencia al necio que es incapaz de hallar el valor de las cosas. Vivimos en una sociedad gobernada por utilísimos y practiquísimos mercaderes que no tienen tiempo para dedicar a su propia alma, ocupados en el Gran Juego del beneficio. No es de extrañar que tengan verdadero pavor a que los ciudadanos se liberen de las cadenas que les han puesto. Esas cadenas de hierro han sido forjadas en la fragua de la utilidad. ¿Qué pasaría si se las quitaran? Que verían la inutilidad de sus gobernantes para comprender la naturaleza humana, el sentido de la educación, el valor de la salud, la importancia de la cultura, lo imprescindible de la concordia.
Es preferible lo justo a lo útil
Para revolucionar el presente y mejorar la sociedad en la que vivimos, no es suficiente con tener menos cosas; es necesario cambiar las mentalidades. Mientras sigamos creyendo a pie juntillas que solo lo útil merece la pena, no habrá avance real hacia una sociedad más justa y natural. Para marchar hacia un mundo más justo y natural es imprescindible sembrar justicia y naturalidad. No sirve cualquier medio para llegar a los fines propuestos. Se trata de sustituir lo útil por lo justo. Ganar mucho dinero puede ser útil, pero no será justo en un mundo donde millones de seres humanos no tienen nada. Comprar un lavavajillas insonoro puede ser útil, pero no es justo en un mundo que cae carcomido por la contaminación. Poner pizarras digitales en los colegios puede ser útil, pero no es justo porque antes que la tecnología están los profesores y los alumnos, y en lugar de gastar dinero en esas pizarras convendría pagar el salario que toca al profesorado.
Si cuando pequeños nos dicen que ayudemos a otros a estudiar, si cuando adolescentes nos ayudan a comprender el naciente interior dejándonos espacio y tiempo, si ya de adultos mantenemos el entusiasmo por las cosas importantes de la vida y si de mayores nos cuidan para que la experiencia sea un motor de desarrollo humano, entonces, habremos llegado a ese mundo mejor que ansiamos.
Bibliografía
Ordine, Nuccio. La utilidad de lo inútil . Editorial Acantilado, 2013.
Livraga, Jorge. Magia, religión y ciencia . Editorial NA, 1996.
Totalmente cierto. Ojalá se de cuenta cada vez más gente.
Que atemporal es esta comparativa , pareciera que estuviera hablando de un eterno presente.