Sociedad — 2 de julio de 2009 at 19:12

¿Por qué sufro cuando me enamoro?

por

Todos los seres humanos estamos sujetos al amor, siendo este uno de los elementos más importantes de nuestra capacidad social de relacionarnos y de compartir proyectos y esperanzas.

Aristóteles, en el siglo IV a.C., se refería al ser humano como «zoom politicon», «animal político», por nuestra capacidad de convivencia y relación. Actualmente, se habla de una tendencia genética y neuronal para vivir con los demás, nuestra «inteligencia social», según Goleman.

Omnipresente en nuestras vidas y base de nuestra realización como personas, ¿por qué sigue siendo un desconocido el amor? ¿Por qué decimos que tenemos suerte si nos va bien, y si no, tenemos que cargar con esa cruz? ¿Por qué se soportan desaires permanentes, incomunicación, actitudes tiránicas e incluso agresiones en nombre del amor? O, al contrario, el amor ¿es como una pelota de tenis que viene y va, se nos acerca y desaparece?

Hemos recibido una educación que nos aleja del amor.

El amor es el gran desconocido porque hemos recibido una educación errónea, no basada en valores de desarrollo y realización personal, sino en apariencias, no encaminada a un conocimiento profundo de las personas y sí, en cambio, a juzgar rápidamente. Confundimos lo sencillo con lo simple, lo válido con lo vulgar, las esencias con las apariencias, el espíritu con las formas de que se reviste.

    • Nos han enseñado a ser competitivos antes que a ser felices. Como no podemos triunfar siempre ni mantener el tipo todos los días esto nos produce una gran frustración y el estar siempre «a la defensiva», rodeándonos de cosas que no nos dañen. Antes que amar y aceptar, rechazamos y tememos.
    • No tenemos definido lo que es éxito para nosotros.
        • Desde pequeños no nos han formado para elegir con conocimiento, sino para cumplir determinadas expectativas de los demás: «mi niño/a de mayor será médico…«. ¿Y si queremos ser agricultores y vivir más en contacto con la tierra?

       

        • Valoramos el éxito por las opiniones de los demás, no por nuestros propios intereses y aspiraciones.

       

        • El depender de la opinión de los demás ya lo señalaban los filósofos romanos de la escuela estoica (siglos IV a.C. al III d.C.) como una de las peores formas de esclavitud. Una esclavitud que nos empuja a decir y a hacer «lo que se espera que hagas» y a «ser perfecto».

       

        • Como ambas cosas son antinaturales, pues ni podemos estar satisfaciendo siempre a los demás ni alcanzar una perfección que no existe en la vida, terminamos por fingir, desarrollando una gran habilidad para crear una falsa imagen de nosotros, una falsa personalidad, con los evidentes conflictos entre lo que soy por dentro y cómo me muestro por fuera.
    • La falta de referencias, valores y ejemplos genera un infantilismo educativo:
        • No reconocemos nuestras responsabilidades sobre nuestra vida y sentimientos, por lo cual nos escondemos y responsabilizamos a los demás.

       

        • El egoísmo de recibir, pero no dar. Buscamos ser amados, pero no amar.

       

        • Creemos que el amor es fruto de la suerte. No somos capaces de comprender que es parte de la vida, una fuerza de la Naturaleza que tiende a mantener unidos los contrarios. El filósofo Jorge Ángel Livraga lo define como «la fuerza que mantiene unidas todas las cosas en el universo». Y tenemos que reconocer que esa fuerza también está en nosotros.
    • Tenemos un conocimiento superficial de las personas que amamos. Pensamos en sus necesidades básicas, pero no en ellas como personas. Recordemos la pirámide de Maslow sobre las necesidades personales, desde las de alimento, ropa y vivienda a la necesidad última de autorrealización como ser humano. Sabemos lo que le gusta, pero, ¿sabemos lo que piensa de la vida, sus ideales y aspiraciones internas?

La clave del amor está en una correcta autoestima: para amar de verdad primero debe saber amarse uno a sí mismo.

Como estamos hablando del amor en la pareja, vayamos al principio: el amor es cosa de dos. Si amamos de verdad no podemos pedirle al otro que empiece él a amar, ¡hemos de empezar nosotros!

«La mitad de tu sonrisa es para ti, la otra mitad es para el mundo» (proverbio tibetano).

Si hacemos caso a los sabios y grandes hombres, la clave de todo siempre empieza por nosotros mismos. El filósofo estoico Epicteto lo expresa muy gráficamente: debemos preocuparnos solo de «lo que depende de mi» y no de «lo que no depende de mi«. Antes he mencionado como uno de los fallos educativos el no reconocer nuestra responsabilidad y culpar a los demás: si quiero dar amor tengo que tener, antes, amor: una correcta autoestima. Como dice la sabiduría popular, «no puedo dar lo que no tengo«.

No creo necesario recordar que estamos hablando del amor de pareja; de ahí que la autoestima o amarse a sí mismo no es un narcisismo estúpido y excluyente, sino un acto consciente de superación y realización para ambas personas.

«El amor de pareja es una fuerza que nos une a otra persona de forma libre, consciente, incondicional, que busca la perfección de los dos y siempre da amor a cambio» (Lidia Pérez López, filósofa y comunicadora social).

Así entendido, el amor es como una fuente que, para dar agua, tiene que manar antes dentro de ella. Y fuente que no mana agua, se seca.

La ignorancia, el miedo, la culpabilidad y la inercia son los grandes enemigos de uno mismo (autoestima) y, por tanto, del amor.

La educación equivocada que hemos recibido genera en nosotros actitudes erróneas que nos impiden tener una correcta autoestima y, por tanto, un amor más completo. Los verdaderos enemigos del amor -correcta autoestima- son:

    • La ignorancia. Es creer que lo sabemos todo. Es el primer y principal enemigo del amor.
        • Nos provoca rigidez por falta de flexibilidad y adaptabilidad, al no darnos cuenta de que se puede pensar y actuar de otra forma.

       

        • El ser conformista es autodestructivo. Nos conformamos con lo que tenemos, dejando de crecer como personas y como pareja.

       

        • Nos vuelve mediocres y superficiales. Al no progresar como personas profundizando en nosotros mismos, nos quedamos con los tópicos, en la superficie de las cosas y de las personas.
    • El miedo. Miedo a fracasar, a no ser perfecto, a no estar a la altura, etc. Es hijo de la ignorancia.
        • Produce amargura y tensiones innecesarias, pues nos coloca siempre a la defensiva creando barreras, conscientes e inconscientes, que nos impiden mostrarnos plenamente y tener una actitud abierta ante la vida, las personas y las circunstancias; barreras que nos impiden vivir plenamente el amor, ocultándonos para no ser heridos o quedar en evidencia.
    • El sentimiento de culpabilidad. La insatisfacción con uno mismo y el no vivir la propia vida en muchos casos, o el no alcanzar los «éxitos» que los demás esperan de nosotros, nos provoca un sentimiento de frustración y nos infravaloramos, lo cual es la antesala de una actitud autodestructiva. Nos han educado en el mundo de la culpa: «¡Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa…!».
        • Le damos más valor e importancia a nuestros presuntos «defectos» que a nuestras cualidades o virtudes. ¿Qué te cuesta más, reconocer en ti tres defectos o dos cualidades? ¡Siempre cuesta más reconocer las cualidades!

       

        • Nos rodeamos, la mayoría de las veces, de gente con defectos, para no destacar y escondernos tras ellos, rechazando los buenos ejemplos que nos pueden servir para mejorarnos como personas. Rechazamos las experiencias positivas.
    • La inercia. Refuerza nuestra ignorancia. Nuestros malos hábitos nos generan una coraza tan gruesa que nos cuesta quitarla. Es tal la fuerza de estos malos hábitos que llegamos a considerarlos parte de nosotros mismos. La inercia es rutina, una fuerza inconsciente que nos lleva a hacer las cosas siempre de la misma manera, sin preguntarnos el porqué. La rutina es la muerte del amor.
        • La inercia se rompe con la fuerza de la voluntad unida a la inteligencia: saber qué queremos y buscar la forma de hacerlo.

       

        • Solo podemos vivir plenamente el amor cambiando nuestra forma de actuar y desarrollando nuestro ser.

Recuerda que el amor siempre empieza por uno mismo.

En la medida que te respetes a ti mismo, respetarás a los demás. El correcto respeto a uno mismo es la correcta autoestima. Para lograrla necesitas, primero, conocerte básicamente y, a continuación, pasar a la acción. Por este orden: primero conocerse y luego actuar.

Conocimiento básico de la propia persona. Somos un pequeño «microcosmos» dentro del universo, lo cual indica que tenemos en nosotros diferentes «mundos» con sus características propias. Lo primero es reconocer en ti que, siendo una sola persona, única y excepcional, tienes diferentes aspectos o potencialidades. Así has de conocer básicamente:

    • Tu cuerpo físico: qué le sienta bien y qué no, cómo reacciona al frío y al calor; en fin, todo lo relacionado con la salud. El cuerpo es un vehículo, no un fin; si lo cuidas demasiado es tan malo como no cuidarlo nada.
    • Tu nivel de energía. La cantidad de energía que pones en el trabajo, en relacionarte, etc.; también, cómo manejas tu dinero, que es una forma de energía.
    • Tus respuestas emocionales. Qué cosas te agradan y qué no, cuáles son las cosas que te provocan buenos sentimientos y cuáles te provocan ira, rabia, temor, etc.
    • Tus ideas acerca del mundo, de lo que consideras válido. A qué cosas les das «valor», son importantes para ti.
    • Y reconocer tu motor interior, tu fuerza interior o espiritual. Tus aspiraciones más profundas como ser humano.

Has de poder llegar a reconocer que eres un ser único, con capacidades, responsabilidades y deberes; y que existes y dependes principalmente de ti.

Una vez que te conoces básicamente, has de pasar a la acción: transforma lo que consideres negativo en ti en positivo.

a- Elige, para que sea TU vida y no la de otro.

ü    Diferencia, entre todo lo que buscas, lo que es más importante de lo que no.

ü    Establece una jerarquía de prioridades y de valores.

b- Concentra tu mente y tu voluntad en lo que deseas. No caigas en las fantasías de una mente incontrolada. Acostúmbrate a estar presente en lo que estás haciendo y no en otra cosa.

c- Evalúa constantemente tus actos y pensamientos, para que las dificultades y problemas no te aparten de tu objetivo.

Ahora has de trabajar sobre ti mismo, sobre los enemigos de la autoestima y el amor. Ya sabes lo que quieres y estás decidido a vivir plenamente el amor, pero para ello has de vencer:

    • La ignorancia, el miedo, la culpa y la inercia, sustituyendo los hábitos negativos por los positivos que tú decidas, recordando que la vida se mueve por ciclos y que, por tanto, ni siempre se tiene éxito, ni siempre se falla. Y poniendo atención, para no hacer las cosas por rutina, y mucho cariño y respeto. El respeto es una forma de amor. Haz como san Francisco de Asís: «Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor«.
    • La falta de discernimiento. Deslinda lo que depende de ti y lo que no, como los filósofos estoicos. Asume la responsabilidad de tus actos, y si algo no te gusta, ¡cámbialo! Aprende a diferenciar lo profundo de lo superficial, lo que es importante de lo que no. Busca siempre lo sencillo, que es la esencia de las cosas, y nunca te conformes con lo simple, lo fácil, lo mediocre, que es el ropaje de lo sencillo.
    • La falta de autocompromiso. Si sabes lo que quieres y cuáles son tus valores, debes comprometerte con ellos. Una relación de pareja no es el enamoramiento; es un compromiso, un acto consciente de superación y realización para ambas personas. ¡Arriésgate! Los estoicos defendían que «quien se arriesga, vence«, pues sale de la inercia.
    • La manipulación. Ya que te valoras correctamente, has de valorar a los demás y permitir que ellos se aprecien a sí mismos. No caigas en la tentación de infravalorar a nadie; cada ser es único y exclusivo. Si te consideras mejor que los demás, empiezas a perder la capacidad de aprender de todo. Y, en la vida en pareja, jamás te aproveches de las necesidades de afecto del otro para que haga lo que quieres.

El verdadero amor parte de una relación de respeto y de igualdad entre ambas partes, nunca del sometimiento, el engaño o el compromiso social.

«Si eres orgulloso, prepárate para la soledad. Los orgullosos casi siempre acaban solos» (Amado Nervo, poeta).

La regla de oro del amor es respetar y saber perdonar.

Saber perdonar no es justificar. Es algo mucho más sencillo y profundo:

– Entender que todos estamos en un proceso de cambio permanente y de evolución continua. Los seres humanos somos un proyecto de vida en formación permanente, «nuestra incierta vida normal«, como la llama el psicólogo Luis Rojas Marcos. Todos tenemos que adaptarnos continuamente a nuevas circunstancias, lo cual permite que nuestra conciencia y capacidades crezcan y se enriquezcan con nuevas experiencias, en vez de estancarse.

– Entender que no se nos hace daño por maldad y sí por ignorancia. Vayamos al fondo de cada caso, lo sencillo, y no nos quedemos en las apariencias de lo simple o mediocre. Ello nos permitirá despersonalizar la mayoría de cosas que nos suceden: no son un ataque personal para herirnos, sino errores por falta de conocimiento.

– Reconocer que podemos hacer las cosas y amar de otra manera. Es humildad.

– No es un acto de condescendencia de un superior a un inferior, sino un verdadero acto de limpieza psicológica: volver a empezar, pero sin arrastrar rencores.

– Es un auténtico acto de comprensión, de amor. Lo primero es perdonarte a ti mismo, que no es justificar tus temores y miedos, sino entender que están ahí y tienes que trabajar con ellos. Y tener presente que no hay nada definitivo en la vida y todos somos seres en evolución.

Lo que da fuerza a la relación de pareja es el amor.

¿Amor hasta que la muerte nos separe? ¡No!

Personalmente defiendo que lo que sacraliza y da sentido a la vida en pareja no es un acto litúrgico, sea cual sea, sino la magia del amor, magia que se basa en el respeto y afán de superación. Si la incomunicación y/o la falta de respeto se establece entre la pareja y no es posible derribar esta barrera, bien porque vaya contra nuestra fuerza interior y nuestra visión de lo que es importante en la vida, o porque nos menoscaben como personas, es el momento de hablarlo claro y, si no hay una firme decisión de intentarlo de nuevo, sin rencores ni sometimientos de nadie, es mejor dejar esa relación. En el mundo hay más de mil millones de personas; seguro que encuentras alguna con la que te vaya muy bien.

Sé sincero en esto. Recuerda que el amor de pareja es una fuerza que nos une a otra persona de forma libre, consciente, incondicional, que busca la perfección de los dos y siempre da amor a cambio.

Y nunca permitas que nadie te golpee, menoscabe o aterrorice, ni física ni psicológicamente. Tú eres un ser único, extraordinario, con unas enormes capacidades para dar amor a manos llenas y enriquecer tu vida y la de mucha gente. Si te pega o te maltrata psicológicamente, no lo dudes: ¡denúncialo! Te harás un favor a ti y a la sociedad.

La pareja perfecta no existe. Sí existe la pareja ideal y la buena pareja, capaz de ofrecernos muy buenos momentos. Nunca perdamos la oportunidad de la buena pareja por la utopía de la pareja ideal.

¿Existe la pareja ideal? Si nos referimos a una persona con la que sintonicemos en todo, donde baste una simple mirada para saber lo que piensa y entrar en su interior, como si nos conociéramos «de toda la vida», el alma gemela de la que habla Platón, ¡sí, existe!

Pero si lo que buscamos es la pareja ideal en el sentido de que sea «perfecta», ¡no, no existe! Y si buscamos la pareja perfecta, deberíamos reflexionar por qué tenemos esa visión «infantil», cuando nosotros mismos no somos perfectos.

En la mayoría de los casos sí podemos encontrar alguien con quien podemos compartir nuestros sueños, nuestros proyectos de vida, ayudándonos a mejorarnos como personas y ciudadanos, dándonos afecto y cariño, compartiendo muy buenos momentos. Es la «buena pareja»; y en muchos casos, lo que empezó como «buena pareja» acabó en «pareja ideal». La pena es cuando sucede al revés: lo que creemos que es nuestra pareja ideal termina en un infierno o en un vacío de incomprensión y falta de comunicación. Cuando hay amor sincero entre dos personas, el propio amor nos impulsa a mejorarnos. Encontrar a alguien que nos ofrezca amor sincero (la buena pareja) y reciba el nuestro es el primer paso para una sólida relación de pareja.

Los doce errores más comunes para encontrar la buena pareja o la pareja ideal:

1-     Nos autoengañamos, atribuyéndole a nuestra pareja unas cualidades que no tiene, o pensando que con el tiempo las tendrá. La vestimos con unos ropajes de cualidades ficticios, que no son los suyos, y le pedimos cuentas de ello. Hay que conocerla previamente y aceptarla como es.

2-     No diferenciamos un impulso de un sentimiento.

a.     Confundimos la pasión y deseo del enamoramiento con el amor. La pasión es intensa, poco duradera y voluble; el amor es cálido, duradero y estable.

b.     También solemos confundir el amor con la necesidad de compañía. No es lo mismo estar enamorado que necesitar a alguien.

3-     Queremos que el otro nos quiera siempre. Para ello tenemos que esforzarnos, cuidar y regar los sentimientos y cuidar los pequeños detalles.

4-     El peligro de los celos y el sentido de posesión. Son destructivos. Poseer a otro no es amor, es esclavitud, tiranía u opresión. El amor es convivir, compartir sueños, afectos y esperanzas.

5-     Buscar ser amado en vez de amar. El amor es cosa de dos, una balanza con dos platillos, y ha de estar equilibrada.

6-     La fantasía de querer la «pareja perfecta». Queremos que el otro lo tenga todo, pero no nosotros. Hay que tratar de conocer su alma, su esencia, y no vestirla con ropajes artificiales.

7-     El miedo a que nos quiten la pareja. Si nos la quitan es porque ya la teníamos perdida. Una firme relación de alma es irrompible.

8-     Queremos cambiar a menudo de pareja. Quien lo hace, acaba solo. Es inseguridad psicológica.

9-     La infidelidad. También es inseguridad.

a.     Se es infiel porque no se sabe lo que se quiere. Hay que ser claro con uno mismo y no herir a la pareja.

b.     Recuerda que para tener amor hay que amar previamente. Y que se es fiel a lo que uno considera importante, ya sea una persona, un proyecto, una expresión artística o un ideal.

c.     La fidelidad es libre y voluntaria, fruto de la capacidad de valoración y compromiso que hemos desarrollado con respecto al proyecto en común de vida en pareja.

d.     Nunca hay que herir al otro. Si has sido infiel, proponte firmemente no serlo más, renueva tu amor ¡y no le cuentes a tu pareja tu infidelidad! Todos tenemos cosas que no le debemos contar a nadie. Evita herir sin necesidad.

10-  Miedo a la independencia del otro, a hablar con claridad. El amor es un proyecto de dos individualidades. Si uno se impone al otro, hay sometimiento, pero no amor.

11-  Dependencia. Esperar que la pareja nos resuelva los problemas y conflictos de la vida termina en autodestrucción. El amor nos ha de ayudar a enfrentar y superar los conflictos propios y los nuevos de la vida en pareja.

12-  Pensar que el amor bonito es el de la juventud nada más, que la vejez es un trasto. ¡Mentira! Es un infantilismo. La galantería y el buen gusto han de aumentar con la edad, desarrollando nuestros valores emocionales y estéticos, además de los afectivos. El tiempo es la prueba del amor.

Síntesis.

Sufrimos al amar porque no nos conocemos lo suficiente a nosotros mismos y tenemos dudas y miedos.

Vivimos en un mundo donde se valoran las apariencias, que es lo simple y lo vulgar. Tenemos que ir a lo sencillo, a la esencia y corazón de las cosas, de las  personas y de nosotros mismos.

En nuestra vida cotidiana reina lo vulgar, la ley del mínimo esfuerzo. Nada cuesta, todo ha de ser rápido y fácil, sin compromisos ni responsabilidades.

El nuestro es un mundo de usar y tirar pero, a la hora de la verdad, todos buscamos la fidelidad, las cosas que duran y se mantienen: amigos, casa, trabajo, etc. Compramos el pan en la misma panadería porque nos gusta su sabor, textura y su relación calidad-precio; si cada día te cambiaran la forma, textura, sabor y precio, ¿seguirías comprando allí el pan? Y lo mismo es válido para el amor.

Por eso, lo primero es ser fiel a ti mismo y, después, ser fiel a lo que amas: a tu pareja, a tus ideales, tus sueños, etc.

Fidelidad no es ausencia de conflictos.

Fidelidad es el compromiso de resolver juntos los conflictos de uno y de otro, además de los conflictos de la vida.

Recuerda: el amor de pareja es una fuerza que nos une a otra persona de forma libre, consciente, incondicional, que busca la perfección de los dos y siempre da amor a cambio.

Si hay incomunicación o pérdida del amor, se puede recuperar si hay una firme decisión de ambos para recuperarlo, hablando claramente y comenzando de nuevo, con respeto y sin rencores. Y si no es posible, deja esa relación y date la oportunidad de ser feliz.

Si te falta al respeto y te agrede física o psicológicamente, déjalo enseguida y denúncialo. Es un inseguro y frustrado que volcará en ti sus impotencias. Hoy es un menosprecio y un insulto y mañana es una paliza o la muerte. ¡No dudes y denúncialo! ¡Tienes todo el derecho del mundo a ser feliz y a que valoren el valor del amor que das, y a recibir amor a cambio!

«En el fondo, el atributo humano más emblemático es la propia habilidad para hacernos a nosotros mismos, pero no como esclavos de un destino labrado en nuestro mapa genético o esculpido en nuestro carácter, sino como sus forjadores» (Luis Rojas Marcos, psicólogo).

Para saber más:

Nuestra incierta vida normal. Luis Rojas Marcos.

Para que te amen. Lidia Pérez López. Editorial Diana.

Los estoicos. Editorial NA

Para conocerse mejor. Delia Steinberg Guzmán. Editorial NA

Inteligencia social. Daniel Goleman. Editorial Kairós.

2 Comments

  1. Me ha gustado mucho. Gracias!

  2. Me gustó lo que leí

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

es_ESSpanish